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lunes, 29 de septiembre de 2014

La Iglesia (IV): La plenitud humana


Retomamos esta semana el pensamiento de Romano Guardini en relación a la Iglesia. Estamos comentando el libro El sentido de la Iglesia (San Pablo, Buenos aires, 2010), publicado por primera vez en 1922. En el capítulo tercero de este escrito he encontrado uno de los pasajes más hermosos de toda la obra de Guardini, y  llevo estudiando  a este autor desde hace ya casi una década. Quizás hoy escriba poco y cite mucho, pero creádme, vale la pena. Recordemos que Guardini se pregunta en esta obra acerca del sentido de la Iglesia, pero no en general, es decir, el sentido de la Iglesia para la humanidad o para la comunidad de bautizados. Se pregunta por el sentido de la Iglesia para el creyente en particular, es decir, y con sus palabras "(...) nos preguntamos qué significa la Iglesia para el individuo, especialmente para quien vive en ella" (El sentido de la Iglesia, 31).

En este marco y en el capítulo tercero, Guardini afirma que la Iglesia es el ámbito más adecuado para la plena realización personal.  Pero ¿cómo llega a esta conclusión? Le doy la palabra al maestro. Lean con atención: 
"¿Pero qué significa ser hombre en el sentido más profundo? Significa conocer la propia debilidad, pero confiar en que ella puede ser superada; ser humilde y saberse efímero, en tensión hacia lo eterno; estar sometido a lo temporal, y cerca de la eternidad; contar con una capacidad limitada, y sin embargo decidida a realizar obras de valor eterno. 

Iglesia de San Luis en Munich
La plenitud humana consiste en que ninguno de estos rasgos característicos sean ocultados, sino que cada uno de ellos sea afirmado y llevado a su madurez, que no se destruyan mutuamente, sino que se fusionen en esa unidad transparente orientada hacia lo infinito. Un hombre es tal en cuanto que, consciente y voluntariamente, vive alegre, como ser limitado en el tiempo, pero que lucha y se esfuerza por introducir toda su vida en la eternidad, en lo infinito, en la gloria. Éste es el atractivo inefable de lo humano: un misterio lleno de dolor, fuerza, anhelo y confianza." (El sentido de la Iglesia, 52-53)
Ahora bien, la Iglesia, para Romano Guardini, es el lugar donde estos contrastes, entre lo finito e infinito en el hombre, lo temporal y eterno, la debilidad personal y la llamada moral,...etc., pueden darse sin contradicción y por lo tanto, ser el ámbito adecuado de la plena realización humana. Escribe:
"La Iglesia pone al hombre frente a lo Incondicionado. De ese modo, él adquiere conciencia de que él mismo no es algo absoluto, pero en su interior despierta el deseo de una vida libre de las mil ligaduras de la existencia terrenal, una vida interiormente plena. La Iglesia sitúa al hombre ante lo eterno. Así, él toma conciencia de que es un ser efímero, pero destinado a una vida imperecedera; también lo sitúa frente a lo infinito, y él descubre que, si bien es un ser limitado, solamente lo infinito lo satisface.

La Iglesia produce incesantemente en el hombre esa tensión que funda su naturaleza -tensión entre ser y anhelo, entre realidad y misión- y la resuelve por medio del misterio de la presencia viva de Dios y del amor de Dios; amor que regala ilimitadamente desde su perfección que supera toda realidad natural. 

(...) Vean, ustedes, que, en este encuentro con lo Absoluto, en el que el hombre está frente a lo Incondicionado, ve, con toda claridad, lo que él es y lo que Aquel es. Pero, al mismo tiempo, despierta en él el anhelo y confía en que el Amor de Dios lo perfeccionará. Esta experiencia fundamental del cristianismo -la Verdad, el Amor solícito y la Esperanza confiada presentes en su vida -constituye el momento en que el hombre, en el sentido espiritual más pleno, llega a ser verdaderamente hombre. Este proceso de la creatura de llegar a ser hombre, frente a lo incondicionado, es obra de la Iglesia" (El sentido de la Iglesia, 53).
La creación del Hombre en la Capilla Sixtina
No sé si han experimentado la paz y la serenidad que surge en el hombre cuando encuentra una verdad que responde a sus anhelos más profundos. No sé si han experimentado la alegría al sentir que las contradicciones que todo hombre padece en su interior tienen respuesta y solución en el ámbito de la Iglesia, porque en Ella, nuestra debilidad se hace fuerza, nuestra finitud se abre al infinito, nuestra pequeñez  se encuentra frente a un absoluto que no nos anula sino que nos lleva de la mano a  la plenitud de nuestra existencia, y todo ello por medio del AMOR, sellado y confirmado por la Encarnación, la Pasión y la Muerte del Señor en la Cruz.

Todo esto es posible porque en la Iglesia el hombre se encuentra con su verdad: "El hombre no es Dios, sino criatura, pero hecha a imagen de él, por eso, es capaz de aprehender a Dios y ser poderoso como él, "capax Dei", como dice San Agustín; capaz de sostener y poseer lo Absoluto. (El sentido de la Iglesia, 53). O mejor estas otras palabras: "He aquí la obra suprema de la Iglesia: que el hombre vea claramente que él es sólo una creatura, pero que disfrute de este hecho y lo reconozca como punto de partida para elevarse hacia Dios; que sea humilde, pero en tensión hacia lo superior; que sea sincero, pero lleno de firme esperanza y, sólo por eso, verdadero hombre"  (El sentido de la Iglesia, 56).

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