Páginas

domingo, 13 de mayo de 2012

Guardini y la unidad substancial de alma y cuerpo


Hace unas semanas tuve la oportunidad de volver a releer con unos amigos el ensayo El ojo y el conocimiento religioso que se encuentra en el volumen Los sentidos y el conocimiento religioso publicado por Ediciones Cristiandad junto con otros ensayos en una edición de 1965. Guardini se propone en este escrito profundizar, desde un punto de vista filosófico, en el pasaje de la Epístola a los Romanos 1,19-21, donde se habla de la posibilidad del conocimiento natural de Dios. Ahora bien, en el trascurso de su investigación nuestro autor hace algunas afirmaciones que me gustaría traer aquí en relación a la unidad substancial de alma y cuerpo.  Guardini está convencido que la sensibilidad misma está transida de espiritualidad y que el conocimiento humano no funciona de manera mecánica sino en la unidad de un mismo proceso espíritu material. Concretamente dice:

“‘Ver’ –o tal vez debamos decir, más exactamente, ‘mirar’,- significa  por lo pronto, y de manera radical, ser afectado por la aparición sensible del objeto y ser invitado a comprender su contenido.” (27)
De tal modo que cuando veo una planta no considero en primer lugar los datos cualitativos y posteriormente detecto su forma vital alcanzado su esencia:
“Es falso afirmar que el ojo comprueba en la planta solamente meros datos sensitivos, en los cuales el entendimiento introduciría más tarde el concepto de vida. El ojo ve esa vida misma.  Más aún, la ve incluso con anterioridad a todos esos datos en sí.” (28)
Romano Guardini afirma que el hombre vive en su mirada. Es decir, toda la lucha interior que se da en él incide en su sensibilidad. Esto se hace evidente en la mirada, que no es un ver meramente sensible, sino marcadamente espiritual:
“El hombre vive en su mirar –lo mismo que en su oír, hablar, actuar-. Por ello, todos los problemas de su vida se repiten en su visión. Las cosas no ocurren como si el hombre, por ejemplo, fuese asediado por el instinto y el egoísmo, luchase contra ellos, intentado alcanzar la verdad y la justicia, o cediese a ellos, haciéndose esclavo suyo –y por lo demás, y junto a todo esto, hiciese también uso de su ojo-. Por el contrario, tales luchas se desenvuelven en el empleo de ese mismo ojo.” (32)
Por ello, en ese mirar, ya hay un espíritu que se posiciona frente a la realidad, frente al mismo hombre, reduciéndolo a cosa o descubriendo su misma alma que se manifiesta y se expresa en la corporalidad.
 “Siempre que miro a un ser humano, veo – con mayor o menor claridad, de un modo más o menos pleno- su alma. Cuando esto no ocurre, dejo de ver –exactamente en la misma medida – un ser humano, para ver tan sólo algo útil o deseable, un aparato técnico o un organismo.  A mí me parece, incluso, que cuando mira a un hombre, veo su alma antes -y, en todo caso, con más fuerza y de manera más decisiva – que su cuerpo. Veo su cuerpo sólo en ella, iluminado, dominado, caracterizado por ella.”(30)
A partir de todo lo anterior Guardini deduce la posibilidad de encontrar a Dios en la creación. La realidad que vemos está configurada de tal modo que manifiesta en sí misma su carácter creatural: “Las cosas se muestran como ‘obras’; como obras de un poder divino. No sólo como formadas, sino como creadas. "(40)  Pero este no es el tema de nuestro escrito, aunque sí del ensayo. Sólo queríamos hacer ver como en este ensayo, que podríamos calificar de teología natural, se dan en él también elementos muy valiosos de un antropología filosófica. Termino con una nueva cita  donde vemos una vez más la síntesis filosófica – teológica que realiza Guardini en sus trabajos:
“Las raíces del ojo se encuentran en el corazón; en la decisión más íntima - realizada por el centro personal del hombre- que se adopta tanto frente a la otra persona como a la existencia en cuanto totalidad. En último término el ojo ve desde el corazón. A esto se refería San Agustín al decir que únicamente el amor es capaz de ver. Pero el 'corazón puro es el corazón que ama rectamente. Este amor no comienza con el deseo, sino con el respeto. Su acto primero no es la aproximación, sino el apartamiento. Al hacerlo, renuncia a convertir al amado en una parte del propio mundo circundante; deja espacio libre, espacio a su propia existencia, y está dispuesto a acogerla desde él mismo. Solo cuando se da al menos el comienzo de esto puede el ojo ver realmente al otro hombre. El destino de un hombre puede estar ahí manifiesto, y yo puedo encontrarme diariamente con él; pero si no le reconozco el derecho a su existencia propia, no le veo. Ante mis ojos pueden desarrollarse las cosas más estremecedoras, y yo permanezco ciego.” (43)

No hay comentarios:

Publicar un comentario