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lunes, 18 de junio de 2012

La persona en Romano Guardini (IV). Los peligros de la persona


Desde hace tres semanas venimos examinando el concepto de persona en Romano Guardini. Las dos últimas entradas, Los estratos de la persona y Lo específico de la persona han resuelto la cuestión desde un punto de vista “ontológico”. No obstante, hoy abordaremos Los peligros de la persona, que también debemos situar en este marco metafísico. Con ello cerraremos el primer bloque de nuestras reflexiones. Tenemos programados tres bloques más: A) El concepto de persona en Romano Guardini desde una perspectiva fenomenológica que dará lugar a algunas reflexiones sobre El encuentro, La dimensión relacional de la persona ; B) La persona y el Estado Moderno; C) La persona y Dios, donde nos moveremos en el ámbito de la antropología teológica y cuyos temas todavía no he determinado. La aparición de estos dos últimos bloques vendrá intercalada por otro tipo de entradas de tal modo que no monopolicemos el blog durante meses en un solo tema.

Dicho esto, entramos de lleno en el asunto que hoy nos ocupa: Los peligros de la persona. Se pregunta Guardini en La existencia del cristiano: “¿Pero es posible que enferme el espíritu en cuanto tal, que enferme la persona, que sólo puede existir en cuanto tal merced al espíritu? Yo creo que sí.” (La existencia del cristiano, BAC, Madrid, 1997, 459). ¿En qué manera y de qué modo? Evidentemente debemos distinguir la enfermedad de la persona en cuanto persona de aquello que pueda padecer en cuanto individuo de la especie humana. Guardini tiene en cuenta esto y deslinda la noción médica de enfermedad mental de aquello que quiere abordar: “(…) Lo que en tal caso enferma son, en realidad, ciertos aspectos fisiológico y psicológicos, es decir, las bases orgánicas de la vida anímica.” (La existencia del cristiano, op. cit, 459). Guardini se pregunta si puede enfermar la persona humana en cuanto ésta es también espíritu:

“¿Dónde esta, pues, el último fundamento real de la personalidad? ¿qué tiene que ser el hombre para que pueda existir personalmente? La respuesta nos ha salido al paso ya muchas veces en estas reflexiones: tiene que ser espíritu. (…) Este espíritu finito e individual es lo que fundamenta la posibilidad de tener consistencia en uno mismo y actuar por uno mismo, y no puede ser educido a partir de lo material. Es justamente, la persona.” (Etica, BAC, Madrid, 2000, 167)
 Las propiedades de finito e individual no están de más, porque una de las tentaciones de la Modernidad ha sido convertir al hombre en un espíritu absoluto, cuando no lo es. También es importante porque en cuanto espíritu finito e individual está referido a la verdad, al bien, a la justicia y al amor, que lo preceden y algún modo lo norman. Precisamente en ellos encontramos la condición de posibilidad de que la persona enferme:
 “El espíritu se halla referido a los valores absolutos de la verdad, el bien y de lo justo; por lo tanto, a los valores que trascienden el ámbito de la utilidad. Y esto no sólo externamente en cuanto que se ocupa de ellos, sino de modo esencial. Hay toda una tradición filosófica –la platónica- que tomó especialmente conciencia de estos aspectos. Según ella, la vida del espíritu radica en su relación con la verdad. Si perdiera esta relación, enfermaría” (La existencia del cristiano,op. cit., 459).

Así pues, la persona humana enferma cuando se desliga de la verdad:
 “Esto no ocurre todavía cuando el espíritu se equivoca, pues en tal caso todos estaríamos enfermos, ya que todos nos equivocamos; ni tampoco cuando miente, incluso cuando miente con frecuencia, sino cuando pierde radicalmente la referencia a la verdad. Cuando pierde la voluntad de lograr la verdad y la responsabilidad que tiene respecto a ella, y renuncia a la distinción entre lo verdadero y lo falso, entonces enferma” (La existencia del cristiano, op. cit., 459).

También la persona humana enferma cuando se desliga del amor

“Igualmente decisivo para la salud de la persona es el amor. (...) La persona enferma, tan pronto como abandona el amor. No cuando el hombre falta a él, lo vulnera, cuando cae en el egoísmo y el odio, pero sí cuando hace de él algo frívolo y basa su vida en el cálculo, la fuerza y la astucia. Entonces la existencia se convierte en una prisión. Todo se cierra. Las cosas nos oprimen, todo se hace extraño y enemigo en su más íntima esencia, el último y evidente sentido desaparece. El ser no florece.” (Mundo y persona, Encuentro, Madrid, 2000,  108).

 Y por supuesto, la persona humana enferma cuando renuncia a la justicia.
“La persona enferma, si hace apostasía de la justicia. No cuando comete una injusticia, sino cuando abandona la justicia. Ésta significa el reconocimiento de que las cosas poseen su esencialidad, así como disposición a guardar el derecho de las cosas y los órdenes que de él surgen.” (Mundo y persona, op. cit, 107);
 En el fondo, la persona humana enferma, cuando olvida su condición de finitud y quiere vivir en el ámbito únicamente de lo absoluto, que también le corresponde. En ella se da en la tensión (contraste) entre estos dos polos. De hecho la Modernidad ha caído en reducirla a uno de ellos, por un lado, hace del hombre un elemento del mundo natural, o lo separa radicalmente de él, convirtiéndolo en un espíritu absoluto. El carácter absoluto de la persona debe realizarse en un ser finito (Cfr. Ética, op. cit, 170). He aquí las raíces del destino trágico de la persona.

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