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viernes, 29 de mayo de 2015

La Iglesia: Cristo hoy, aquí y ahora

Quizás algunos desconozcan que el inicio de la vida universitaria de Guardini estuvo caracterizado por la indecisión. Empezó estudios de química, ciencias políticas y economía antes de optar por la teología y seguir el camino sacerdotal. Pero también hubo un hecho muy importante en esos años que recordará luego en algunos de sus escritos: la pérdida de la fe y su vuelta a la Iglesia. 
“Una noche discutí sobre religión con un estudiante que llevaba un vida dispendiosa y que afirmaba ser kantiano. Le expuse los argumentos habituales a favor de la existencia de Dios y él me rebatió siguiendo los procedimientos del pensamiento de la Crítica Kantiana. Toda mi fe se desvaneció entonces; o, más exactamente, noté que ya no tenía fe. Era el verano de 1905” (Apuntes para una autobiografía, Encuentro, Madrid, 2000, 94).
No tardará en volver a la fe. Pero el hecho de cómo se produjo esa vuelta será recordado años más tarde en alguna homilía  como la recogida en Verdad y orden (Vol. III, Ediciones Guadarrama, Madrid 1960, 13-26), en los ya mentados Apuntes para una autobiografía, y en el capítulo de La Iglesia del Señor del que hoy nos ocupamos. En todos estos textos se habla de un pasaje del evangelio, concretamente Mateo 10, 39: el que encuentre su vida la perderá y el que la pierda por el evangelio la encontrará:

“Hay que llegar a la frase: Quien quiera conservar su alma la perderá, quien la de la salvará. (…) poco a poco me había ido quedando claro que existe una ley según la cual el hombre, cuando conserva su alma, es decir, cuando permanece en sí mismo y acepta como válido únicamente lo que le parece evidente a primera vista, pierde lo esencial. Si por el contrario quiere alcanzar la verdad y en ella su auténtico yo, debe darse. (...) Dar mi alma, pero ¿a quién? ¿Quién pude pedírmela? ¿Pedírmela de tal modo que ya no sea yo quien pueda disponer de ella? No ‘Dios’ simplemente, ya que cuando el hombre pretende arreglárselas solo con Dios, dice ‘Dios’ y está pensando en él mismo. Por eso tiene que existir una instancia objetiva que pueda sacar mi respuesta de los recovecos de mi autoafirmación. Pero sólo existe una instancia así: la Iglesia Católica con su autoridad y precisión”  (Apuntes para una autobiografía, 98-99).
El capítulo que hoy comentamos del ensayo La iglesia del Señor tiene que ver mucho con este hecho. Quien quiera entregarse objetivamente a Dios, de verdad, y  debe buscar una serie de garantías que le aseguren que en este acto no se busca a sí mismo sino verdaderamente a Dios. La única persona que reune esas condiciones es Cristo y quien me garantiza el encuentro real con Cristo es la Iglesia:
"En otras palabras: no existe el Dios de libre acceso. Frente a la pretensión de la búsqueda autónoma de Dios, de experimentarlo y de pensarlo en forma independiente, él seguirá siendo el desconocido, el 'que habita en una luz inaccesible' (1Tim 6, 16). El hombre llega a él sólo por el camino de la imitación de Cristo. (...) Cristo garantiza la realidad del Padre viviente; pero la imagen de Cristo es garantizada mediante la Iglesia, dicho más precisión: a través del Espíritu Santo que habla en ella. De ella dice Jesús: El que los escucha a ustedes a mi me escucha" (La iglesia del Señor, 145-147).
La Iglesia hace presente a Cristo en cualquier tiempo y lugar
El tema que quiere dejar claro Guardini en este capítulo es que Cristo, el que nos pide la vida (el que quiera perder su vida.... el que la pierda por mí y el evangelio....), el que afirma con rotundidad que es el camino, la verdad y la vida, sólo puede hacerlo en la medida que se hace contemporáneo nuestro, en la medida que está aquí y ahora junto a mí. Y esto es posible gracias a la Iglesia. "En su realidad inmediata, Jesús de Nazareth jamás puede ser contemporáneo a mí, pero sí puede serlo su mensajero, en cuya persona él mismo llega (Lc 10, 16). El arquetipo de mensajero es la Iglesia" (La iglesia del Señor, 150-151). A la Iglesia pertenece el párroco, el religioso, la familia católica en la que he nacido y crecido, el colegio en el que me he educado, la comunidad de creyentes en la que me muevo, el Papa y sus obispos. "Cristo está presente en todas esas realidades actuales y me habla, pero no me habla como persona solitaria, sino como Iglesia"(La iglesia del Señor, 151). Sin embargo, todos podemos decir con Guardini ¡Cuánta desproporción hay en ella con respecto a Cristo que habla en ella! Y es verdad, pero sólo en ella podemos creer, sólo en ella somos instruidos por Cristo, sólo en ella, como veíamos arriba en al experiencia de Guardini podemos entregarnos objetivamente a Cristo. 

Sé que me repito, pero quisiera dejar clara la idea. Entregarse a alguien sólo puede darse si ese alguien esta vivo y presente. Sólo puedo creer, fiarme y entregarme a Cristo en la medida que éste se encuentra en una situación de contemporaniedad junto a mí. Esa contemporaneidad se da en la Iglesia, ella está en todos los lugares y atraviesa todos los tiempos, en ella Cristo se hace presente aquí y ahora.  El tema viene también expuesto en la obra La existencia del cristiano  y con una cita de ese libro terminamos: "(...) Sólo a partir de una situación de coetaneidad y en respuesta a una llamada podemos llevar a cabo la opción de la fe en toda su seriedad. Sólo que esta coetaneidad no es la que se dio en los escasos años de la realidad terrena de Cristo, sino una que se da hoy; que no necesito fabricarla artificialmente, sino que llega hasta mí a partir de ella misma: esta coetaneidad se da en la Iglesia. Así lo supo y lo quiso Cristo" (La existencia del cristiano, BAC, Madrid, 1997, 366).





viernes, 22 de mayo de 2015

Cada uno de nosotros revela a Cristo, y cada uno lo vela

Decía mi amigo Julián Vara que habitualmente el hombre es imprudente de dos formas: por precipitación en la determinación de la acción a realizar y por falta de constancia en la culminación de la misma. No quiero que nadie me acuse de imprudente bajo ninguna de estas dos formas por haberme propuesto el estudio de la Iglesia en Guardini a la luz de dos de sus principales escritos: El sentido de la Iglesia y La Iglesia del Señor. El comentario del primer ensayo ya hace tiempo que lo culminamos. Las reflexiones sobre La Iglesia del Señor llevan meses estancadas, pero espero, a partir de hoy, retomar con regularidad semanal la cita con los lectores de este blog y culminar aquello que me propuse hace meses. 

Revelación y velamiento es el capítulo de La Iglesia del Señor que quisiera comentar hoy. Como siempre, varias citas e ideas expuestas por Guardini me han resultado sugerentes. Quizás porque estoy demasiado acostumbrado a mirar a la Iglesia como estructura histórica y humana he gozado con este párrafo donde se la describe como un cuerpo vivo:
"Lo mejor que podemos decir es que es un ser vivo, que ha sido engendrado en un determinado momento y que, desde entonces, crece, se desarrolla, lucha, padece y tiene su misión a realizar a través de la historia. Pero el contenido es Cristo, quien vive en ella, obra mediante ella y se ofrece a través de ella." (La Iglesia del Señor, San Pablo, Buenos Aires, 2010, 135).
La imagen de un cuerpo vivo, con multitud de miembros y funciones, es la usada por San Pablo (recordemos que es propia de su tiempo) para referirse a la realidad de la Iglesia. Cristo vive en ella, así como, nuestra alma vive en nuestro cuerpo o mejor dicho vivifica nuestro cuerpo. La misión de la Iglesia es la de revelar y transmitir a Cristo vivo y resucitado, pero en esa tarea, como ocurrió en los días de su paso por la tierra el Señor puede ser rechazado. Comentando lo sucedido en la sinagoga de Nazareth (Lucas 4, 14 ss) cuando el Señor afirma que ningún profeta es bien recibido es su tierra, Guardini escribe: "Lo que en Jesús debe revelar al Hijo de Dios, es decir, que precisamente en él lo divino se glosa en lo humano y puede ser contemplado, esta misma situación también lo encubre de tal modo, que surge una disyuntiva que implica una decisión: hacia el sí o hacia el no. Pero con esto no se ha dicho suficiente, ya que el sí se convierte en amor, esto es en fe; y el no se transforma en odio, justamente en escándalo."(La Iglesia del Señor, 139). 

Ese amor u odio nace, según nuestro autor, de la mirada con la que lo contempla el corazón del hombre. Recuerda la bienaventuranza "dichosos los limpios de corazón por ellos verán a Dios" y  aplica cuanto estamos diciendo acerca de Dios al hombre mismo. Leámos: "El hombre es imagen de Dios, creado en la llamada de su amor para ser libre y digno. Esto se expresa en su figura erguida, en su rostro y en cada uno de sus gestos. Quien tiene ojos para ver, lo ve y responde con el respeto que se debe al ser humano" (La Iglesia del Señor, 140). Pero puede ocurrir lo contrario, que no se quiera ver la dignidad del hombre y surja entonces la falta de respeto por el hombre que ha caracterizado la historia en el último siglo, 
"Pues la esencia del hombre no está sencillamente ahí, no hay que comprobarla y captarla, sino que se revela y, al mismo tiempo, se vela, de tal modo que quien encuentra al hombre, puede reconocerlo y honrarlo como persona, pero también puede usarlo, cosificarlo y abusar de él. Por lo tanto, la mirada debe ser capaz de ver a partir de un corazón que es limpio; dispuesto a satisfacer esas exigencias que surgen frente a la persona y que hacen de su conducta hacia ella mucho más difícil que ante una mera cosa, pero también mucho más noble y satisfactoria" (La Iglesia del Señor, 140). 
Manifestarse y velarse y velarse propio  del hombre. A veces la humanidad de un individuo se esconde  y no logramos percibirla al inicio o al final de sus días o cuando la enfermedad debilita y consume su cuerpo. Pero manifestarse y velarse es primordialmente el modo como Dios nos interpela y esto es lo que hoy sucede con Cristo en la Iglesia. Dice Guardini: "Esta realidad constituye su misterio. En ella, Cristo se expresa a sí mismo entrando en el tiempo. Esta expresión suya puede ser percibida y, en consecuencia, se convierte en fe. Pero también puede estancarse mediante lo malo, lo confuso, lo estropeado, con lo cual se convierte en escándalo"  Más claro es lo siguiente: "Que Cristo está en la Iglesia, significa que él se encuentra presente en ella según el modo de la Revelación, que significa manifestación y velamiento; que requiere la disposición interior, la claridad de la mirada, que proviene del corazón limpio, que ama cabalmente y que no quiere más que la verdad" (La Iglesia del Señor, 141).

Sólo mirando la Iglesia con un corazón limpio podemos encontrar a Cristo en ella y podremos  amarla. Debemos saber que esto también es gracia, don de Dios que da a quien lo busca, lo desea y lo anhela. Y debemos también tener en cuenta que cuando miremos, juzguemos y hablemos de la Iglesia, en ella no solamente vive Cristo y el resto de los cristianos, sino también yo  mismo, por ello:
"Cada uno de nosotros revela a Cristo, y cada uno lo vela. Nunca debemos hablar de la Iglesia como si estuviera ahí fuera y nosotros aquí -siempre yo-, como si yo pudiera enfrentarla y analizarla, juzgarla, asignar responsabilidades y atribuir defectos. Siempre debo incluirme a mí mismo en la imagen de la Iglesia que me hago de ella. Entonces serán diferentes la imagen y el juicio, como cuando hablo de los defectos de alguien con quien estoy vitalmente unido" (La Iglesia del Señor, 142).