Quizás algunos desconozcan que el inicio de la vida universitaria de Guardini estuvo caracterizado por la indecisión. Empezó estudios de química, ciencias políticas y economía antes de optar por la teología y seguir el camino sacerdotal. Pero también hubo un hecho muy importante en esos años que recordará luego en algunos de sus escritos: la pérdida de la fe y su vuelta a la Iglesia.
“Una noche discutí sobre religión con un estudiante que llevaba un vida dispendiosa y que afirmaba ser kantiano. Le expuse los argumentos habituales a favor de la existencia de Dios y él me rebatió siguiendo los procedimientos del pensamiento de la Crítica Kantiana. Toda mi fe se desvaneció entonces; o, más exactamente, noté que ya no tenía fe. Era el verano de 1905” (Apuntes para una autobiografía, Encuentro, Madrid, 2000, 94).
No tardará en volver a la fe. Pero el hecho de cómo se produjo esa vuelta será recordado años más tarde en alguna homilía como la recogida en Verdad y orden (Vol. III, Ediciones Guadarrama, Madrid 1960, 13-26), en los ya mentados Apuntes para una autobiografía, y en el capítulo de La Iglesia del Señor del que hoy nos ocupamos. En todos estos textos se habla de un pasaje del evangelio, concretamente Mateo 10, 39: el que encuentre su vida la perderá y el que la pierda por el evangelio la encontrará:
“Hay que llegar a la frase: Quien quiera conservar su alma la perderá, quien la de la salvará. (…) poco a poco me había ido quedando claro que existe una ley según la cual el hombre, cuando conserva su alma, es decir, cuando permanece en sí mismo y acepta como válido únicamente lo que le parece evidente a primera vista, pierde lo esencial. Si por el contrario quiere alcanzar la verdad y en ella su auténtico yo, debe darse. (...) Dar mi alma, pero ¿a quién? ¿Quién pude pedírmela? ¿Pedírmela de tal modo que ya no sea yo quien pueda disponer de ella? No ‘Dios’ simplemente, ya que cuando el hombre pretende arreglárselas solo con Dios, dice ‘Dios’ y está pensando en él mismo. Por eso tiene que existir una instancia objetiva que pueda sacar mi respuesta de los recovecos de mi autoafirmación. Pero sólo existe una instancia así: la Iglesia Católica con su autoridad y precisión” (Apuntes para una autobiografía, 98-99).
El capítulo que hoy comentamos del ensayo La iglesia del Señor tiene que ver mucho con este hecho. Quien quiera entregarse objetivamente a Dios, de verdad, y debe buscar una serie de garantías que le aseguren que en este acto no se busca a sí mismo sino verdaderamente a Dios. La única persona que reune esas condiciones es Cristo y quien me garantiza el encuentro real con Cristo es la Iglesia:
"En otras palabras: no existe el Dios de libre acceso. Frente a la pretensión de la búsqueda autónoma de Dios, de experimentarlo y de pensarlo en forma independiente, él seguirá siendo el desconocido, el 'que habita en una luz inaccesible' (1Tim 6, 16). El hombre llega a él sólo por el camino de la imitación de Cristo. (...) Cristo garantiza la realidad del Padre viviente; pero la imagen de Cristo es garantizada mediante la Iglesia, dicho más precisión: a través del Espíritu Santo que habla en ella. De ella dice Jesús: El que los escucha a ustedes a mi me escucha" (La iglesia del Señor, 145-147).
La Iglesia hace presente a Cristo en cualquier tiempo y lugar |
El tema que quiere dejar claro Guardini en este capítulo es que Cristo, el que nos pide la vida (el que quiera perder su vida.... el que la pierda por mí y el evangelio....), el que afirma con rotundidad que es el camino, la verdad y la vida, sólo puede hacerlo en la medida que se hace contemporáneo nuestro, en la medida que está aquí y ahora junto a mí. Y esto es posible gracias a la Iglesia. "En su realidad inmediata, Jesús de Nazareth jamás puede ser contemporáneo a mí, pero sí puede serlo su mensajero, en cuya persona él mismo llega (Lc 10, 16). El arquetipo de mensajero es la Iglesia" (La iglesia del Señor, 150-151). A la Iglesia pertenece el párroco, el religioso, la familia católica en la que he nacido y crecido, el colegio en el que me he educado, la comunidad de creyentes en la que me muevo, el Papa y sus obispos. "Cristo está presente en todas esas realidades actuales y me habla, pero no me habla como persona solitaria, sino como Iglesia"(La iglesia del Señor, 151). Sin embargo, todos podemos decir con Guardini ¡Cuánta desproporción hay en ella con respecto a Cristo que habla en ella! Y es verdad, pero sólo en ella podemos creer, sólo en ella somos instruidos por Cristo, sólo en ella, como veíamos arriba en al experiencia de Guardini podemos entregarnos objetivamente a Cristo.
Sé que me repito, pero quisiera dejar clara la idea. Entregarse a alguien sólo puede darse si ese alguien esta vivo y presente. Sólo puedo creer, fiarme y entregarme a Cristo en la medida que éste se encuentra en una situación de contemporaniedad junto a mí. Esa contemporaneidad se da en la Iglesia, ella está en
todos los lugares y atraviesa todos los tiempos, en ella Cristo se hace
presente aquí y ahora. El tema viene también expuesto en la obra La existencia del cristiano y con una cita de ese libro terminamos: "(...) Sólo a partir de una situación de coetaneidad y en respuesta a una llamada podemos llevar a cabo la opción de la fe en toda su seriedad. Sólo que esta coetaneidad no es la que se dio en los escasos años de la realidad terrena de Cristo, sino una que se da hoy; que no necesito fabricarla artificialmente, sino que llega hasta mí a partir de ella misma: esta coetaneidad se da en la Iglesia. Así lo supo y lo quiso Cristo" (La existencia del cristiano, BAC, Madrid, 1997, 366).
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