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viernes, 18 de noviembre de 2016

La desparición de lo trágico y la aparición de la desgracia

El próximo mes de diciembre se publicará en Quién. Revista de filosofía personalista una recensión sobre la última traducción al castellano de La muerte de Sócrates (Palabra, Madrid, 2016). De la publicación de este libro hemos dado cuenta ya en este blog. Su lectura me ha vuelto a poner delante una querida idea con la que me he encontrado en varias ocasiones en mis estudios sobre Guardini: " (...) nuestro tiempo, a pesar de todo su escepticismo, anhela una interpretación de su vida diaria hecha a partir de lo eterno" (Una ética para nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid, 2002, 110). Si lo "eterno" lo identificamos con lo "incondicional", el volumen de La muerte de Sócrates se convierte en un alegato de la cita que acabamos de referir.  En Sócrates y en su discípulo Platón, que es el redactor de los textos (los diálogos: Eutrifón, Critón y Fedón; y la Apología de Sócrates) que se comentan en este volumen, la idea de la incondicionalidad de la verdad y del bien, el papel central que juegan en la realización de la vida del hombre, y la fidelidad a estos valores en medio de las contingencias de la vida diaria, se convierten en el núcleo de sus filosofías. Concretamente de Platón es cribe Guardini:  
"Su filosofía ha puesto en claro para siempre una cosa: tras la confusión de la sofística ha mostrado que existen valores incondicionados, que pueden ser conocidos y, por tanto, que hay una verdad; que esos valores se reunen en la elevación de lo que se llama 'el bien', y que ese bien puede realizarse en la vida del hombre, según las posibilidades dadas en cada caso. Su filosofía ha mostrado que el bien se identifica con lo divino, pero que, por otra parte, su realización lleva al hombre a su propia humanidad, al dar lugar a la virtud, la cual representa vida perfecta, libertad y belleza" (Una ética para nuestro tiempo, 109). 
Hemos querido volver a estas ideas ya comentadas en este blog, porque además de la lectura de La muerte de Sócrates, la preparación de una comunicación para un congreso y lo que uno contempla en su día a día me las ha puesto de nuevo delante. De hecho, algunos políticos, extrañamente, las están reclamando. De ello hablaré luego. Volvamos a Guardini y leamos: "El hombre contemporáneo está perdiendo cada vez más intención y capacidad para realizar lo incondicional. Pero sólo lo incondicional, confiere a la vida su sentido, aunque sea en su forma negativa sintiéndose culpable. El hombre que se encuentra en esta situación permanece frío ante el valor, que no le conmueve. Encongiéndose de hombros, se dirige a la tangibilidad de lo cotidiano" (Ética. Lecciones en la Universidad de Munich, BAC, Madrid, 2000, 796). El relativismo y el escepticismo imperantes han convencido al mundo moderno y contemporaneo de que no existen los grandes valores a partir de los cuales configurar la propia vida. "Desaparecen así los grandes pensamientos y sentimientos que justifican la existencia, y en su lugar surgen realidades relativas. Desaparece lo trágico, y en su lugar aparecen las desgracias. La pregunta por el último por qué no obtiene respuesta. Sin embargo, ni ideologías ni tópicos pueden hacérnosla olvidar" (Ética. Lecciones en la Universidad de Munich, 796). Aparece el vacío, el sinsentido y el nihilismo, ...la crisis.

Podríamos hundirnos en el pesimismo si no fuera porque de repente en la historia aparece de nuevo Sócrates en la figura, por ejemplo, de Jerome Lejeune del que hablamos en la entrada anterior. O aparece en la persona de algún político (y no quiero hacer apología de ninguno, solo traigo aquí un hecho) que en los ultimos años ha denunciado que la crisis política y económica de la última década no es otra cosa que una crisis de valores y consecuencia del relativismo imperante. Tan convecido se halla de ello que ha puesto en marcha, junto con otros, una fundación con el nombre de Valores y Sociedad.

Hay otros signos que mantienen vivo lo incondicional en nuestra sociedad. Me refiero, por ejemplo, a los movimientos como el de la defensa de la vida. Allí lo eterno se hace patente al intentar proteger sin excepciones la vida del no nacido o de aquel que está por morir. En ninguna circunstancia se puede matar. De ello también habló Guardini, y con ello  terminamos esta entrada: "En el hombre hay algo contra lo que, por su propia esencia, no está permitido atentar: la soberanía de la persona viva. Puede haber razones de peso a favor de hacerlo, es más, pueden llegar a ser tan acuciantes que todo aquel que se resiste a ellas parecerá un doctrinario sin corazón. Y, si se cede ahí, el final será la destrucción, la destrucción precisamentemente de lo que se quería salvar" (El derecho de la vida humana que está haciéndose en Escritos Políticos, Madrid, 2011, 166).

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