Antes de introducirnos en la autoridad de la Iglesia, creo conveniente aclarar qué es para Guardini la Iglesia. Para ello, partamos del siguiente hecho: "Cristo era consciente, y lo dijo expresamente, de que el efecto de lo que Él era, el desarrollo de lo que El había revelado, el influjo de su obra redentora serían de una importancia decisiva para 'todas las gentes....hasta la consumación del mundo' (Mt 28, 19-20)" (La existencia del cristiano, BAC, Madrid, 1996, 366). Ahora bien, ¿cómo se iba a realizar esto? No como ha sucedido con otros pensadores o grandes hombres, cuyo pensamiento se transmite a través de sus discípulos, libros, textos. El Señor no trajo únicamente ideas: "El Señor sabe que lo que El trajo es una realidad, una verdad y una instrucción divinas; tiene, pues, que ser conservado en su sentido originario y seguir ejerciendo su influjo" La existencia del cristiano, 366-367). Se trataba de conservar, transmitir y hacer real lo que Cristo trajo: la redención. La Iglesia, que nace en Pentencostés, asumirá esa misión. Ella no sólo custodia el mensaje de Cristo y lo transmite, sobre todo dispone de los medios necesarios para hacerlo real a través de lose de ls sacramentos. Para realizar esta tarea la Iglesia tiene autoridad.
2. La autoridad de la Iglesia
En la autoridad de la Iglesia se dan las dos carácterísticas que hemos
subrayado como propias de toda autoridad. La obligación moral de
obedecer que se da frente a la autoridad de la Iglesia surge en primer
lugar porque en Ella, como en ningún otra instancia, está Dios. Cristo
la dota de esa autoridad divina: " Los que en ella hablan no son sólo hombres, por bien dotados e inteligentes que sean y muy encumbrados que estén; el que habla a través de ellos es Cristo, según lo afirma El con toda claridad: El que a vosotros oye a mí me oye, y el que a vosotros desecha a mí me deshecha.' (Lc 10, 16) (La existencia del cristiano, 413)"
Pero también la Iglesia tiene autoridad por la obra que realiza y el mensaje que comunica. La relación de los creyentes con la Iglesia, no es la de unos hombres que examinan un mensaje, lo analizan y fruto de ello asienten con lo que ella dice o no. Puede ser que alguien me diga que debo comportarme de una manera u otra o que, según su parecer, en determinadas cuestiones se debe proceder de este modo o de este otro. En este caso
"Su hablar no es más que la transmisión de una teoría que verificada, estoy justificado a aceptar o rechazar. No ocurre eso con la palabra de la Revelación, que llega a mí por medio de la Iglesia. Aquí hablan de una verdad que debe salvarme, es decir, llevarme más allá de mí mismo. Rebasa mi capacidad de juicio; por eso, la actitud que manifiesto a la misma es la de la fe. Evidentemente, aquí se presupone que se sabe lo que es la Iglesia y que, a través de ella, habla la Revelación. La fe no es echarse una carga encima a ciegas. A base de una experiencia a veces larga y de una examen y un estudio a fondo, el que hasta entonces no había sido alcanzado por el mensaje llega a comprender que es lo justo: cree en la Iglesia y a la Iglesia porque su propia conciencia se lo exige " (La existencia del cristiano, 413).
3. Conflictos con la autoridad de la Iglesia.
Señala Guardini un par de dificultades que pueden surgir y de hecho han surgido en relación al ejercicio de la autoridad de la Iglesia. En primer lugar cuando ejerce su autoridad como lo hace la autoridad del Estado, es decir, "(...) que el comportamiento de la autoridad eclesiástica, la manera de concebirse ésta a sí misma y el modo de autoafirmarse se adapten al esquema de los procedimientos estatales" (La existencia del cristiano, 413). Al ser la Iglesia una realidad concreta y estar insertada en la historia y sometida sus visicitudes puede haber caído en este error. Pero estas equivocaciones tienen a veces raíces históricas que no siempre han sido suficientemente valoradas: "Recordemos, por ejemplo, el hecho de que sus obispos, los abades de sus monasterios, etc., fueron durante la invasión de los bárbaros -y depués, a lo largo de siglos- los más importantes promotores del orden, la civilización y la vida intelectual y, hasta la Alta Edad Media, los más importantes soportes de los emperadores y su acción de gobierno. Todo esto trajo consigo muchas veces una asimilación del ejercicio de su autoridad al ejercicio de la autoridad profana" (La existencia del cristiano, 414).
Señala Guardini un par de dificultades que pueden surgir y de hecho han surgido en relación al ejercicio de la autoridad de la Iglesia. En primer lugar cuando ejerce su autoridad como lo hace la autoridad del Estado, es decir, "(...) que el comportamiento de la autoridad eclesiástica, la manera de concebirse ésta a sí misma y el modo de autoafirmarse se adapten al esquema de los procedimientos estatales" (La existencia del cristiano, 413). Al ser la Iglesia una realidad concreta y estar insertada en la historia y sometida sus visicitudes puede haber caído en este error. Pero estas equivocaciones tienen a veces raíces históricas que no siempre han sido suficientemente valoradas: "Recordemos, por ejemplo, el hecho de que sus obispos, los abades de sus monasterios, etc., fueron durante la invasión de los bárbaros -y depués, a lo largo de siglos- los más importantes promotores del orden, la civilización y la vida intelectual y, hasta la Alta Edad Media, los más importantes soportes de los emperadores y su acción de gobierno. Todo esto trajo consigo muchas veces una asimilación del ejercicio de su autoridad al ejercicio de la autoridad profana" (La existencia del cristiano, 414).
En segundo lugar pueden aparecer dificultades entre doctrina y modo de vivir autoritarios de un lado y el juicio individual sobre la verdad y forma personal de vida por otro. Este conflicto puede desembocar en un final trágico. Todo depende "de que el portador de la autoridad comprenda que debe tener en cuenta la libertad de las personas individuales, (...) Pero también depende de que los particulares vean en la Iglesia el órgano viviente transmisor de la Revelación" (La existencia del cristiano, 415) y no una policía de la fe.
En todo caso, el que cree de verdad en la Iglesia sabe que en Ella se da una verdad que supera los límites de la búsqueda personal individual y que bajo su guía alcanza una libertad interior superior. También sabe que en Ella renació a una nueva vida por el Bautismo y que en cierto sentido la Iglesia es su madre. Esto genera una confianza capaz de superar los conflictos y dificultades que hemos señalado.
4. Epílogo
Quedo insatisfecho con la breve introducción a la Iglesia que se hace en este escrito. En las páginas 335 a 415 de La existencia del cristiano encontraremos un breve tratado de eclesiología a la luz del pensamiento de Romano Guardini.
acabo de leer un discurso de Benedicto XVI, el 8 de septiembre de 2007, en Austria, ante sacerdotes y religiosos, en el que hace un comentario sobre la obediencia que creo que es muy interesante. Toma pie, precisamente, de la biografía de R. Guardini.
ResponderEliminarel texto es el siguiente:
Pasemos a la obediencia. Jesús vivió toda su vida, desde los años ocultos de Nazaret hasta el momento de la muerte en la cruz, en la escucha del Padre, en la obediencia al Padre. Por ejemplo, en la noche del monte de los Olivos, oró así: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42). Con esta oración Jesús asume, en su voluntad de Hijo, la terca resistencia de todos nosotros, transforma nuestra rebelión en su obediencia. Jesús era un orante. Pero sabía escuchar y obedecer: se hizo "obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Flp 2, 8).
Los cristianos han experimentado siempre que, abandonándose a la voluntad del Padre, no se pierden, sino que de este modo encuentran el camino hacia una profunda identidad y libertad interior. En Jesús han descubierto que quien se entrega, se encuentra a sí mismo; y quien se vincula con una obediencia fundamentada en Dios y animada por la búsqueda de Dios, llega a ser libre.
Escuchar a Dios y obedecerle no tiene nada que ver con una constricción desde el exterior y con una pérdida de sí mismo. Sólo entrando en la voluntad de Dios alcanzamos nuestra verdadera identidad. Hoy el mundo, precisamente por su deseo de "autorrealización" y "autodeterminación", tiene gran necesidad del testimonio de esta experiencia.
Romano Guardini narra en su autobiografía que, en un momento crítico de su itinerario, cuando la fe de su infancia se tambaleaba, le fue concedida la decisión fundamental de toda su vida —la conversión— en el encuentro con las palabras de Jesús en las que afirma que sólo quien se pierde se encuentra a sí mismo (cf. Mc 8, 34 ss; Jn 12, 25). Sin abandonarse, sin perderse, el hombre no puede encontrarse, no puede autorrealizarse.
Pero luego se planteó la pregunta: ¿En qué dirección debo perderme? ¿A quién puedo entregarme? Le pareció evidente que sólo podemos entregarnos totalmente si al hacerlo caemos en las manos de Dios. En definitiva, sólo en él podemos perdernos y sólo en él podemos encontrarnos a nosotros mismos. Sucesivamente, se planteó otra pregunta: ¿Quién es Dios? ¿Dónde está Dios? Entonces comprendió que el Dios al que podemos abandonarnos es únicamente el Dios que se hizo concreto y cercano en Jesucristo. Pero de nuevo se preguntó: ¿Dónde encuentro a Jesucristo? ¿Cómo puedo entregarme a él de verdad?
La respuesta que encontró Guardini en su ardua búsqueda fue la siguiente: Jesús únicamente está presente entre nosotros de modo concreto en su cuerpo, la Iglesia. Por eso, en la práctica, la obediencia a la voluntad de Dios, la obediencia a Jesucristo, debe transformarse muy concretamente en una humilde obediencia a la Iglesia. Creo que también esto debe ser siempre objeto de un profundo examen de conciencia.
Todo ello se encuentra resumido en la oración de san Ignacio de Loyola, una oración que siempre me ha parecido demasiado grande, hasta el punto de que casi no me atrevo a rezarla. Sin embargo, aunque nos cueste, deberíamos repetirla siempre: "Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta" (Ejercicios Espirituales, 234).
Querido amigo Julián, te paso el texto exacto del libro Notas para una autobiografía donde se narra exactamente este hecho:
Eliminar“Hay que llegar a la frase: Quien quiera conservar su alma la perderá, quien la dé la salvará. (…) poco a poco me había ido quedando claro que existe una ley según la cual el hombre, cuando conserva su alma, es decir, cuando permanece en sí mismo y acepta como válido únicamente lo que le parece evidente a primera vista, pierde lo esencial. Si por el contrario quiere alcanzar la verdad y en ella su auténtico yo, debe darse.
Dar mi alma, pero ¿a quién? ¿Quién pude pedírmela? ¿Pedírmela de tal modo que ya no sea yo quien pueda disponer de ella? No ‘Dios’ simplemente, ya que cuando el hombre pretende arreglárselas solo con Dios, dice ‘Dios’ y está pensando en él mismo. Por eso tiene que existir una instancia objetiva que pueda sacar mi respuesta de los recovecos de mi autoafirmación. Pero sólo existe una instancia así: la Iglesia Católica con su autoridad y precisión.” (Romano Guardini, Notas para una autobiografía, Encuentro, Madrid, 1999, 98-99).
Hay otro texto precioso que dice así:
"En el periodo decisivo de mi vida reconocí que la Iglesia no es una especie de policía espiritual que limita o dificulta el desarrollo de la propia personalidad; de no haber sido así habría ido por mi propio camino. Al contrario, he tenido cada vez más claro que encarnaba el tercer elemento esencial en el orden de la revelación. El Señor dijo: 'Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar'. Pero el Hijo, Cristo, no está en el espacio histórico, sino que se envía al Espíritu Santo para 'guiarnos hasta la verdad completa. Esto es tan esencial que, según las palabras del Apóstol, sin él no podemos pronunciar ni siquiera una vez la invocación 'Señor Jesús'. Pero el Espíritu no actúa como una fuerza espiritual que fluye libremente sino a través de una instancia histórica, es decir, a través del a Iglesia. Hay ciertamente un orden: al Padre sólo se llega a través de Cristo, pero a Cristo sólo se leve correctamente en el espacio ordenado por el Espíritu Santo en la Iglesia." (Romano Guardini, Notas para una autobiografía, Encuentro, Madrid, 1999, 172-173).