De nuevo nos enfrentamos a las páginas de la Ética. Lecciones en la Universidad de Munich (BAC, Madrid, 2000) para ilustrar un tema del pensamiento de Guardini: la ascética. ¿Qué nos dicen las páginas de este libro? Evidentemente nuestro autor aborda la cuestión ascética de una manera más amplia y profunda que en la obra Una ética para nuestro tiempo (Cristiandad, Madrid, 2002). Por ejemplo, inicia sus reflexiones distinguiendo lo que no es la ascesis, confrontándola con el budismo, con doctrinas dualistas que desprecían la materia, con el rigorismo calvinista, etc., afirmando que cuanto él entiende por ascetismo no tiene nada que ver con estas corrientes filosófico religiosas.
Guardini habla de ascetismo a partir de la experiencia ética y la primera acepción del término con la que se identifica es con la de superación. El hombre no realiza el bien de manera natural o espontánea. Puede ser que perciba y entienda aquello que moralmente debe ser realizado. Pero la realización misma de lo bueno es otra cosa. Así pues, la ascesis se encuentra situada en el marco de la realización moral que habitualmente tiene que afrontar una serie de dificultades externas, pero que sobre todo tiene que luchar con ciertas reticencias internas. Nuestro autor lo explica así:
"La realización del bien no se encuentra sólo con dificultades externas a la hora de ser llevada a cabo, como le sucede a toda tarea en cuestiones materiales y de circunstancias, sino también reticencias internas. La naturaleza del hombre es de índole que no sólo no siempre se presta de buen grado a la realización ética, sino que también se resiste; aún cuando sabe que sólo lográndola se cumple el sentido existencial. Entonces el ejercicio se intensifica para convertirse en superación." (Ética. Lecciones en la Universidad, 304).
Ahora bien, esta idea de luchar contra uno mismo es algo que la cultura occidental ha rechazado desde la Modernidad. Como ya hemos explicado alguna vez en este blog, el hombre moderno cree ser fruto de la evolución natural, aún en su dimensión espiritual, y la naturaleza está en orden y lo que procede de ella también. Por ello, la autorealización personal se entiende como una lucha contra las adversidades pero no como una conquista del propio ser personal. Para el hombre moderno "(...) su ser no va a oponerle resistencia alguna. Si éstas se dan, vienen de fuera, de circunstancias adversas propias de la situación histórica o individual, de instituciones sociales o económicas erróneas, de una educación fallida, etc." (Ética. Lecciones en la Universidad, 305). Tal es el optimismo radical que caracteriza ciertos autores de la Edad Moderna. Al hombre, en el que no hay maldad, "Sólo hace falta iluminarle debidamente, guiarle, influirle con ejemplos y buenas instituciones. Entonces todo marcha bien" (Ética. Lecciones en la Universidad, 305).
También reconoce nuestro autor que en la Edad Moderna surge como contrapeso a la corriente anterior una visión pesimista del hombre que se encarna en el escepticismo de los siglos XVII y XVIII y que niega un orden o sentido al mundo natural y a la existencia humana dentro de él. Este modo de pensar derivará más tarde, en los siglos XIX y XX, en filosofías como la de Schopenhauer o Nietzsche y en el existencialismo francés. Pero tanto el ingenuo optimismo como el trágico pesimismo que caracterizan la Modernidad son la cara de una misma moneda: la reducción del mundo a una fórmula, a un aspecto, o es bueno o es malo, con la consiguiente incapacidad para distinguir entre ambos.
Lo que sucede en el hombre es una lucha interior, porque si bien "En él existe, además del cuerpo, el espíritu; y el espíritu, como persona está llamado por Dios", también es verdad que está enfrentado a la divinidad "(...) que una vez eligió el mal decididamente, y lo sigue eligiendo constantemente. Por eso ha llegado a un grado -o profundiza cada vez más en él- que no acepta sin más la exigencia del bien conocido, sino que también se comporta ante él con pasividad, e incluso le opone resistencia" (Ética. Lecciones en la Universidad, 306).
Esta verdad, que el hombre está llamado desde la trascendencia al bien pero se opuso y se opone constantemente a él, no puede ser obviada en el ámbito de una tarea ética. Es la raíz y explicación de por qué hay una distancia entre el conocimiento del bien y realización efectiva. "Si no quiere moverse en el vacío, la ética tiene que contar con estos hechos. La realización que el bien exige, el paso del conocimiento a la acción, a la actitud, al ser, ha de imponerse no sólo contra la pasividad de una materia, sino frente a la resistencia de una falta de voluntad o incluso de una voluntad en contrario. Aquí interviene lo que nosotros llamamos ascesis" (Ética. Lecciones en la Universidad, 306). Hasta aquí la noción de ascesis como superación. La semana que viene abordaremos la ascesis como renuncia.
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