La naturaleza no es capaz de producir personas. A esta conclusión he llegado meditando días atrás algunos textos de Guardini sobre el concepto de creación, tema que nos viene ocupando las últimas semanas. Todo empezó cuando leí lo siguiente:
"(...) el acontecimiento de la creación sólo puede ser pensado, en última instancia, de modo existencial, de modo que el que lo piensa llegue a esta convicción: 'Esto me afecta'. Afecta, por supuesto, al mundo, pero en cuanto Dios lo quiso como mi mundo, y a mí como el que debe cultivarlo, conservarlo, es decir: encontrarse con él, realizar en él la vida y sus tareas, y responsabilizarse de él (Gén. 2, 15). En cuanto se ve así la creación divina, sale a superficie una nueva dimensión de sentido" (La existencia del cristiano, BAC, Madrid, 1997, 87-88).
Se me hizo claro entonces, que sólo cuando el hombre vive la aceptación fundamental de su creaturalidad podría descubrir el mundo como obra de Dios. Esta aceptación no significa un reconocimiento teórico, significa una experiencia vivencial del hecho. Guardini cita a Los hermanos Karamozov con intención de resaltar este asunto. Ivan Karamazov dice "(...) Yo no acepto la creación. No dice: Niego que Dios haya creado todo. No es un ateo; para ello es demasiado despierto e inteligente. Sino que dice: me rebelo contra el hecho de haber sido creado. El hecho no puedo cambiarlo; pero no lo asumo en proceso de realización personal" (La existencia del cristiano, 90). Esta es la clave. La importancia del Génesis radica no sólo en la explicación del origen del mundo, sino en la explicación del origen de mi persona y a partir de ella de todo lo demás. De ahí la importancia de examinar hasta qué punto la creación influye en mi "proceso de realización personal".
Ahora bien, cuando empiezo a reflexionar sobre este punto en mi vida, es decir, sobre mi condición de creatura y de cómo influye en mi vida me doy cuenta de que yo no soy un individuo más de una especie. Ante todo me concibo y hago experiencia de quién soy bajo la formalidad de persona. Yo soy persona, es decir, un ser único e irrepetible. La naturaleza, en el marco de las leyes físicas, químicas y biológicas, es capaz por sí misma de generar individuos de especies, donde el valor de cada uno de ellos está supeditado a la superviviencia de la especie. En este sentido es cierto que en cuanto individuo de una especie mi origen está en la naturaleza. Pero yo soy más que eso: soy persona. Eso significa que valgo no por ser un individuo de la especie humana, sino por ser quien soy: yo. ¿Dónde está mi origen personal? ¿Dónde está el origen de mi yo en cuanto yo, de mi ser personal único e irrepetible? Podríamos decir que en mis padres pero pronto nos daríamos cuenta que ellos no me han pensado sino que se han sumado al proceso de procreación natural propio de la especie humana. Yo fui una sopresa para ellos, tuvieron que conocerme y descubrir quién era. Para el hombre moderno nuestro origen queda explicado en la naturaleza, como si el nacimiento de un individuo de la especie humana fuese semejante a la aparición de cualquier otro mamífero. Esto es verdad sólo en cuanto nuestra corporalidad, nuestra dimensión biológica, pero no en cuanto nuestro carácter personal, nuestro yo. La naturaleza genera individuos que no son capaces de disponer de sí, de ser dueños de sí mismos, de autoposeerse. Todo individuo vivo, cualquiera que sea la especie, está sometido a las leyes biológicas y sólo en relación a ellas desarrolla y despliega su modo peculiar de ser según su especie. En el hombre esto es cierto pero no explica todo cuanto acontece en él. Su dimensión personal, precisamente, escapa a esas leyes naturales de tal modo que estando inmerso en la naturaleza escapa a ella pudiéndo no sólo autoposeerse, sino colocarse frente a ella, para conocerla y finalmente dominarla dentro de sus posibilidades. Este pertenecer a la naturaleza y sin embargo trascenderla es lo que cuestiona nuestro origen. Esta posición de frontera es la que cuestiona la explicación meramente natural del origen del hombre. El relato del Génesis donde el hombre se forma de la tierra pero recibe el aliento de Dios intenta transmitir esto. Guardini dice: "No es posible determinar el lugar ontológico del hombre de modo más grandioso que como se hace a través de estas imágenes: él está en el mundo y fuera de él" (La existencia del cristiano, 95-96).
De ahí, que podamos concluir que la creación del hombre, de cada uno de nosotros es un acto personal de Dios, y que Éste no nos crea como al resto de seres sino que nos llama a la existencia como seres únicos. No dice hágase los hombres, sino que nos crea a cada uno de nosotros de manera única y personal. En palabras de Guardini y con ello termino:
De ahí, que podamos concluir que la creación del hombre, de cada uno de nosotros es un acto personal de Dios, y que Éste no nos crea como al resto de seres sino que nos llama a la existencia como seres únicos. No dice hágase los hombres, sino que nos crea a cada uno de nosotros de manera única y personal. En palabras de Guardini y con ello termino:
"El mandato por el que Dios nos llama a existir no debe expresarse en esta frase: Que existan los hombres; ni en esta otra: Que exista aquel hombre; sino en ésta ¡Tú, hombre, existe! Dicho con más exactitud: Yo, el Señor, te llamo a ti, como ser personal, a la existencia. Toda la existencia tiene el carácter de una respuesta. Esto no quedaría expresado en esta frase: 'Así como hay otros seres, también existo yo como hombre', sino en esta otra: 'Tú, Señor, me llamaste por mi nombre. Aquí estoy, existiendo por Ti, ante Ti y hacia Ti'. De modo que existir significa aceptarse a sí mismo como procedente de la libertad de Dios" (La existencia del cristiano, 89).
Procedemos de la naturaleza creada, pero esto no es suficiente, hay un acto personalísmo de Dios que nos llama a la existencia.
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