Vista parorámica del Oceanográfico de Valencia |
Quienes vivimos en Valencia podemos disfrutar, dentro del marco de las Ciudad de las Artes y de las Ciencias, del que es posiblemente el mejor acuario del mundo: el oceanográfico. Hace años visité este complejo científico-turístico con uno de mis hermanos. Hacía tiempo que no visitaba la ciudad por vivir en el extranjero. Al comtemplar la fauna marina con la cercanía, detalle y naturalidad que nos ofrecen las picisnas-acuario del Oceanográfico mi hermano exclamaba de manera continua y espontánea: ¡Qué grande es Dios! Esta anécdota, que parece insignificante, me hizo recordar un aspecto del pensamiento de Guardini de gran trascendencia cultural. El hombre moderno ve en los bosques, parajes y animales a la NATURALEZA; el creyente, como hacía el hombre medieval, ve en esa misma naturaleza a la CREACIÓN, es decir, una obra hecha por Dios.
Pasillo interior del Oceanográfico |
Nuestro autor habla de este tema en diversos escritos. Por ejemplo, al inicio de Mundo y persona, describe el protagonismo que el término Naturaleza adquiere en el Renacimiento y posteriormente en la Modernidad: "Con ello se designa a la totalidad de las cosas, todo lo que es. O, expresado más exactamente, todo lo que es antes de que el hombre ponga la mano sobre ello. Es decir, los cuerpos celestes, la tierra, el paisaje con sus plantas y sus animales, pero también el hombre mismo, siempre que se entienda como realidad anímico-orgánica" (Mundo y persona, Encuentro, Madrid, 2000, 13). Junto a esto la naturaleza también expresa una jerarquía ética o de valores que afectan a lo humano: "(...) es también un concepto axiológico y significa una norma válida para este pensar y este obrar: lo sano y exacto, lo sabio y perfecto, en suma, lo natural (Mundo y persona, 13). De aquí nace el modelo antropológico que encontramos en algunos autores modernos como Rousseau, es decir, el hombre natural y la comunidad política natural. Por último, y refiriéndonos filósofos y poetas como Spinoza, Goethe, Hölderlin o Schelling, la naturaleza adquiere también un semblante sagrado y religioso. De todo ello da noticia Guardini en la obra que venimos citando.
Ahora bien, Guardini tiene otro escrito, El ojo y el conocimiento religioso, del que ya hemos hablado en este blog, donde propone una hipótesis realmente interesante: la condición creatural de todo lo natural se ve.
"Este algo originario, peculiar y propio de todas y cada una de las cosas, que se encuentra detrás de su realidad concreta y singular, es la realidad religiosa. Es Dios. Dicho más exactamente: es el poder creador de Dios. Más exactamente aún: es el hecho de que las cosas han sido creadas. Y ahora viene nuestra hipótesis: este hecho se ve" (El ojo y el conocimiento religioso en en Los sentidos y el conocimiento religioso, Cristiandad, Madrid, 1965, 35).
Hay que preguntarse por qué es tan poco frecuente esto. Nuestro autor apunta a una posible respuesta cuando afirma que todo hombre vive en su mirar. No vemos de manera neutra, sino que todo cuanto somos, y esto incluye nuestros amores y odios, virtudes y defectos, victorias y fracasos, alegrías y frustraciones se dan cita en nuestro mirar. No amamos y luego miramos, sino que en el mirar está todo lo anteriormente enumerado: “El
hombre vive en su mirar –lo mismo que en su oír, hablar, actuar-. Por ello,
todos los problemas de su vida se repiten en su visión" (El ojo y el conocimiento religioso, 32). Páginas más adelante, en ese mismo texto, Guardini escribe: "Las
raíces del ojo se encuentran en el corazón; en la decisión más íntima -
realizada por el centro personal del hombre- que se adopta tanto frente a la
otra persona como a la existencia en cuanto totalidad. En último término el ojo
ve desde el corazón. A esto se refería San Agustín al decir que únicamente el
amor es capaz de ver" (El ojo y el conocimiento religioso, 43).
Así pues, la cuestión parece resolverse en el corazón. ¿Qué condiciones se deben dar en él para qué en nuestro mirar descubramos la creaturalidad de todo cuanto existe? La semana pasada hablamos de la aceptación de nuestra condición de creatura como primer paso en la aceptación de uno mismo. Quizás esto es lo que falta en nuestro interior. Dar el paso no es fácil. Supone una verdadera conversión y a ello apunta Guardini: "Tenemos que ver nuestra situación de conocimiento como resultado de una historia, que está llena de culpas y exige nuestra conversión. Debemos transformar la situación, cambiando los presupuestos. La conversión que Cristo nos exige en sus primeras palabras (Mateo 4, 7) no se refiere solo a nuestras costumbres, sino también al conocimiento" (El ojo y el conocimiento religioso, 46).
En conclusión. Si aquella mañana mi hermano exclamó al ver a los tiburones y los pinguinos ¡Qué grande es Dios! es porque ya antes vivía en su corazón el Creador.
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