El Señor (Ediciones Cristiandad, Madrid, 2002) inaugura su segunda parte con una meditación titulada La plenitud de la justicia. Allí, Guardini intenta comentar esas palabras de Nuestro Señor que comienzan "Os han enseñado que se mandó a los antiguos (...) Pero yo os digo (....) ". Realmente interesante es comprobar que Jesús en este contraste no acaba con la ley ni se opone a los antiguos, sino que profundiza en el espíritu de la norma conduciéndola a su plenitud. En este contexto Guardini subraya la importancia de la interioridad, pues donde el hombre debe poner su atención no es tanto en la acción misma (robar, matar, etc.) sino en su origen, es decir, allí donde se concibe, se gesta y nace la acción: el corazón. Ser cristiano, por ello, no consiste en vivir una ética, es decir, en el cumplimiento de normas. Ser cristiano es una llamada a participar de una nueva vida que transforma el corazón, cuyo germen ha puesto Dios en nuestra alma mediante el Bautismo y que está llamada a crecer y desarrollarse con su ayuda y gracia.
Desde esta perspectiva, y siempre comentando las palabras del Señor, Guardini nos hace ver la pobreza de la máxima "ojo por ojo, diente por diente". Frente a la justicia legal Jesús propone el amor. Escribe Guardini: "Cristo dice: Eso no basta. Mientras te atengas sólo a una justa correspondencia, no saldrás de la injusticia. (...) Tan pronto como uno comienza a defenderse de la injusticia, despierta el odio en el propio corazón, y el resultado es una nueva injusticia" (El Señor, 118). Hay una fuerza que rompe con esta dialéctica, que dejando atrás la norma y la ley escrita conduce al hombre a un nuevo orden. Se trata del auténtico amor que libera al hombre. Si al odio se responde con odio y al amor con amor, todavía no somos libres. Sin embargo, si al odio respondemos con amor hemos conquistado la verdadera libertad. "Sólo entonces -escribe Guardini- se despierta el verdadero amor. Éste ya no depende de la actitud del otro; por eso es libre para la pura realización de su esencia. Está más allá de las tensiones de la justicia. Es capaz de amor incluso cuando el otro le da, aparentemente, derecho a odiar" (El Señor, 119). Es entonces cuando se da algo paradógico, pues en este amor y en el corazón de donde surge tiene su inicio la plenitud de la justicia: "El verdadero amor enseña a entender quien es el otro en lo más íntimo de su persona, en qué consiste su injusticia, hasta qué punto ésta quizá no es injusticia, en su sentido más profundo, sino herencia, fatalidad, miseria humana" (El Señor, 120). Desde el amor alcanzamos la verdadera justicia para con el otro.
Guardini también se detiene en la insuficiencia de la norma "No cometerás adulterio". Jesús nos dice que todo el que mira a una mujer deseándola ya ha cometido con ella adulterio. A Guardini todo ello le sirve para subrayar la importancia del corazón: "La acción tiene sus preparativos; y es que, en último término, procede de la intención del corazón y se trasmite por la palabra, por el gesto, y por la actitud" (El Señor, 121). No hay que poner la voluntad en no traspasar la norma o en evitar una acción. Se trata más bien de ir al origen de esa acción, el corazón, y trabajar para que de él surja lo bueno, lo bello y lo verdadero. "No cabe duda que la actitud del corazón es, en sí misma, mucho más importante que lo que hace la mano, aún cuando aparentemente eso tenga más repercusión. (...) El primer consentimiento o rechazo, el primer sí o no a la pasión, es lo decisivo. Ahí es donde tienes que intervenir" (El Señor, 121).
En resumen, la norma ordena exteriormente al hombre, el amor lo transforma interiormente. El evangelio no es un libro del que emanen leyes sino el anuncio de una nueva vida que nos trae Cristo. El cristianismo no se reduce a máximas sino que supone una conversión existencial por la gracia de Dios. La clave está no tanto en obedecer leyes sino en entregar el corazón a DIOS.
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