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lunes, 25 de marzo de 2013

Romano Guardini. Comprender al otro

1. ¿Qué es la comprensión?

Hoy toca hablar de la comprensión y para empezar debemos aclarar exactamente a qué nos referimos con este término. La comprensión es el fundamento de la convivencia humana. Pero algunos dirán ¿no conviven en sorprendente armonía las hormigas, las abejas y muchos individuos de especies animales superiores? ¿No se da la comprensión en el mundo animal? No. Los animales viven juntos organizados por los instintos propios de su especie y esa "convivencia animal" está ligada a la supervivencia de la especie a través de la reproducción, de la alimentación y de la defensa en los peligros. La comprensión humana que fundamenta nuestra convivencia se da 
"Cuando la relación vital en cuestión está formada por seres en cada uno de los cuales vive una interioridad que se vela en un exterior, pero que también se expresa a la vez en él y, por tanto, puede ser leída ahí por otro ser análogo." (Una ética para nuestro tiempo, 255-256). 
Por lo tanto, se trata de alcanzar la interioridad de la persona y allí se puede llegar porque ella voluntariamente la manifiesta o porque ciertos signos exteriores de modo espontáneo y natural nos conducen a ella: "Comprensión significa entonces saber leer y escuchar lo que se pretende en el interior, partiendo de lo observado exteriormente" (Una ética para nuestro tiempo, 256).

2. ¿Cómo comprender al otro?

Dejando de lado el fingimiento, cuando el otro esconde hábilmente su interior con la finalidad de no ser realmente comprendido, existen una serie de elementos que nos ayudan en la comprensión mutua. El primero de ellos es saber descubrir lo que está detrás de una mirada, un gesto, una palabra, un comportamiento, una disposición de ánimo. A partir de lo patente entrever lo latente.  En este ir detrás debemos atender también al temperamento: 
" Por ejemplo, si alguien se pone brusco en un momento determinado, la compresión significa ver cómo ese sentimiento encaja en el conjunto de su ser. Un determinado modo de conducta indica en aquél algo diferente que en el otro. Cuando una persona tímida se pone brusca porque quiere ocultar su interioridad es algo totalmente diferente que cuando un desvergonzado se pone violento para imponer su voluntad." (Una ética para nuestro tiempo, 257).
Romano Guardini
Todo lo anterior exige una aguda mirada y una fina sensibilidad.  A ello hay que añadir la experiencia,  pero no porque en los diversos encuentros uno vaya a extraer leyes universales de comportamiento, sino porque la experiencia desarrollará en nosotros una mirada más clara y una mayor capacidad de adaptación al otro.

¿Por que hay tan poca compresión? Guardini es muy claro en su respuesta: "Eso tiene diversos motivos. Tomemos uno: que a las personas se empieza por clasificarlas en las que se soportan y las que no se sorportan. Con eso, ordenadas por el egoísmo, las personas quedan en dos grandes cajas, marcadas por adelantado"(Una ética para nuestro tiempo, 259). Claro, que esto ocurre de manera involuntaria. La compresión surge cuando supero esta fueza natural y le concedo al otro ser él mismo, sin ningún tipo de prejuicio que desvirtúe mi conocimiento. El otro tiene derecho a ello. 
"El comienzo de toda compresión reside en que el uno le conceda al otro lo que es: que no le considere con lo ojos del egoísmo; que, por interés propio, le prescribe cómo ha de ser, sino con los ojos de la libertad, que empieza por decir: sé el que eres; luego: y ahora querría saber cómo eres y por qué" (Una ética para nuestro tiempo, 328-329).
 Señala Guardini la importancia de la autocompresión desde el prójimo. Es decir, que el médico considere como lo ven sus pacientes, y el profesor cómo lo consideran sus alumnos, tan pronto como entra en el aula, explica la lección, los atiende en sus horas de tutoría. El marido tendría que considerar cómo lo contempla su mujer y viceversa. "No es fácil hacerlo así. Hay que intentarlo muchas veces; ejercitarse precisamente este verse desde otro. Si se lograr verse así, sin que el yo se meta en la mirada y enderece la imagen lo que ahí se hace visible puede ser muy desagradable, pero ayuda a la verdad" (Una ética para nuestro tiempo, 262). El fruto de todo ello no será únicamente conocerse mejor, sino sobre todo, enjuiciar mejor a los demás. 

3. La comprensión en Dios.

La creación del hombre de Miguel Angel
Como es habitual, y siguiendo ese principio que desarrollamos en la entrada El legado de Platón, hay que mirar a Dios para llegar a entender una virtud en profundidad. "¿Comprende Dios? Verdaderamente, sí que lo hace, y ¿¡cómo sobrepasa esta comrensión a toda medida humana!" (Una ética para nuestro tiempo, 262). Dios nos comprende de modo muy distinto a como lo hacen el resto de los hombres. Él nos ha creado y por lo tanto, ningún rincón de nuestro ser queda oculto a su mirada. El acto creador es el fundamento de su comprensión, pero precisamente la naturaleza de ese mismo acto creador nos une a la comprensión humana, en la medida que ésta empieza respetando el ser del otro, dejándole ser quien és. Dios al crear nos respeta, nos dejar ser lo que somos, criaturas libres. 

Pero el mismo acto creador de Dios nos puede conducir a comprendernos a nosotros mismos. Es en la mirada de Dios sobre nosotros donde alcanzamos nuestra verdadera comprensión, donde nos encontrarnos con nuestra verdad: "en la mirada y la mano de Dios es donde te haces dueño de ti mismo"(Una ética para nuestro tiempo, 264).

Comprender por lo tanto es imitar la mirada de Dios sobre el hombre. Una mirada que contiene lo que uno es y lo que está llamado a ser: "Hemos de aprender del gozo que tiene Dios en cada hombre; de la generosidad con que él le pone en su libertad: de su pura comprensión, que no sigue al ser de las cosas, sino que lo fundamenta, pues él nos ha dado ser su imagen y semejanza" (Una ética para nuestro tiempo, 264). Dos ejemplos para terminar: la amistad y el matrimonio.

"¿Cual sería el más puro cumplimiento de lo que significa la amistad? Que un amigo tuviera sobre el otro este sentir: en su mirada soy completamente el que soy. Su mirada no me estrecha: me hace lo que soy, no como reproche, sino que en ella es  donde empiezo a ser por completo yo mismo.
Sería matrimonio perfecto aquél en que la mujer pudiera tener el sentir de que en la mirada de su marido es donde alcanza su pleno ser; y, recíprocamente, que el marido se encontrase a sí mismo auténticamente en el saber de su mujer. Sí, cuando cada uno de ellos pudiera verse en la mirada del otro como el que ha de llegar a ser. No porque ahí la vanidad organice fantásticamente una compañía que nunca podría existir, sino porque el amor ve las posbilidades que todavía duermen en el otro" (Una ética para nuestro tiempo, 264-265).


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