Una ética para nuestro tiempo (Ediciones Cristiandad, Madrid, 2002) recoge virtudes que reúnen dos carácterísticas: a) son poco habituales y en desuso; b) sin embargo se trata de virtudes o actitudes esenciales en orden a construir una sociedad realmente humana. En la virtud que hoy tratamos, el respeto, las dos características antes mencionandas se hacen muy evidentes. Porque se habla mucho de respeto, pero ¿sabemos realmente lo que es? El respeto implica dos movimientos: uno de distanciamiento y otro de partipación. Lo valioso, si se sabe descubrir, siempre nos hace retroceder, no para huir, sino para crear el espacio necesario en el que pueda darse. Pero al mismo tiempo, al hacerse patente lo valioso el hombre se siente atraído por ello deseando participar de la sublimidad. Escribe Guardini:
"Quizá toda auténtica cultura empieza cuando el hombre se echa atrás, no se precipita, no se arrebata consigo, sino que crea distancia, para que se establezca un espacio libre en que puedan hacerse evidentes la persona con su dignidad, la obra con su belleza y la naturaleza con su poder simbólico" (Una ética para nuestro tiempo, 180).
¿Qué merece respeto? Acabamos de leer que en primer lugar la persona humana y su dignidad. El respeto se reviste así de atención, no entendida como concentración intelectual, sino como actitud frente al prójimo que se traduce en un mirada atenta y de algún modo amorosa. "Atención es lo más elemental que ha de percibirse para que los hombres puedan tratar entre sí como hombres" (Una ética para nuestro tiempo, 181). Entre los ejemplos a los que acude Guardini para ilustrar esta idea se encuentra la atención (entendida como cuidado y respeto) a las convicciones del otro, sobre todo, cuando entiendo que según mi parecer no son conformes a la verdad. En esta situación puedo verme en la obligación de indicarle donde, según mi parecer, se encuentra equivocado, pero "no puedo hacer violencia a su opinión ni intentar dominarle con astucia" (Una ética para nuestro tiempo, 182). Merece atención (traduzcase por cuidado, respeto) el ámbito de la vida privada del otro y de los otros. Sacar a la luz lo que debería quedar cobijado en el entorno de la familia o de las relaciones personales es maltratar a las personas, herirlas, y no epidérmicamente, sino en su más profunda intimidad. La atención, tal como la venimos considerando, la aplicación del respeto en las relaciones cotidianas, es necesaria en el matrimonio o la amistad. Por eso hay que preguntarse si está presente "(...) cuando un matrimonio se vuelve áspero, y los conyuges ya no se sienten cobijados el uno en el otro " (Una ética para nuestro tiempo, 183).
En segundo lugar merece respeto la grandeza de una persona y su obra. Esto no es obvio, porque frente a los grandes hombres y las grandes realizaciones humanas el alma humana puede llegar a desanimarse o, en el peor de los casos, ser mezquina hasta el punto de cegarla la envidia. Surge así, la destructora crítica y la maledicencia, el rencor, el resentimiento y finalmente el odio hacia el que ostenta o realiza en plenitud una virtud. "Pero quién reconoce al gran hombre con libertad, porque la grandeza es hermosa, aunque pertenezca a otro, ve ocurrir algo prodigioso: en el mismo instante, el que respeta se pone al lado de aquél, pues ha comprendido y reconocido su grandeza" (Una ética para nuestro tiempo, 185).
En tercer lugar merece respeto el débil, el desvalido, los niños. Frente a ellos nos sentimos movidos a la ayuda. Pero Guardini se pregunta algo más, ¿por qué sentimos respeto? "Quizá es que el hombre decente, cuando se encuentra ante el desvalimiento, se siente tocado y penetrado por la proximidad del destino"(Una ética para nuestro tiempo, 186). Aquí conviene recordar lo dicho en El enfermo protege al sano.
Este último ámbito nos conduce a lo religioso donde esta virtud tiene su raíz:
"Es la sensación de lo sagrado inabordable, que rodeaba en la antigua
experiencia de la vida a todo lo elevado, poderoso, soberano. Ahí se
reunían diversas cosas: presentimiento de la grandeza sagrada y anhelo
de participar de ella" (Una ética para nuestro tiempo, 180). La modernidad ha perdido el sentido religioso y con él también ha perdido el respeto a lo sagrado. Sólo hay que ver cómo circulan los turistas por los templos góticos y medievales de las grandes capitales europeas. El acto fundamental de respeto a Dios es la adoración. En ese acto el hombre se reconoce como criatura delante del creador, como finito frente al infinito. Pero en ese acto el hombre no queda anulado ni rebajado. No se sitúa ante un Dios todopoderoso que lo aniquila. (Aquí recomiendo la lectura de Introducción a la vida de oración, Palabra, Madrid, 2002, 82-84). Es un Dios que es fuerza, poder y grandeza, pero su energía creadora no se desata violentamente como ocurre en las divinidades paganas, sino que está revestida de amor y tiene un rostro: el Padre. Si Dios no fuera así, el acto de adoración consistiría en un acto de debilidad: me postro ante tí porque eres más fuerte que yo. Pero el respeto que manifestamos en la adoración nace de la admiración ante la grandeza de su amor.
Por último y para terminar: la libertad del hombre es la prueba del respeto de Dios. La libertad de Dios no es una libertad que se sitúa al lado de la humana o simplemente frente a ella, como lo han pregonado algunos filósofos existencialistas. La libertad de Dios es la condición de posibilidad de la libertad humana. Que todavía la mantenga, la posibilite y no la aniquile a pesar de nuestra historia, eso es respeto:
"Sin embargo, él quiere que haya finitud, libre finitud: ¿no se manifiesta aquí un misterio de divino respeto? Que el poder absoluto del acto divino de ser no destroce al ente finito; que la ardiente majestad del yo divino- mejor dicho, el nosotros, véase Jn 14,23- no queme lo finito; al contrario, lo quiere, en constante llamado lo crea y lo mantiene en su realidad.... Realmente, en él vivimos y nos movemos, como dijo San Pablo en el Areópago (Hch 17,28). Su respeto creador es el espacio en que existimos" (Una ética para nuestro tiempo, 191).
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