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jueves, 20 de noviembre de 2014

La Iglesia VI: la comunidad perfecta

¡Bendito sea Dios!
Alguien sospechará que de nuevo las obligaciones académicas y también las familiares han provocado que las entradas de este blog no sean lo regulares que habían sido hasta ahora. Pues está en lo cierto. Pero debo decir que lo escrito lejos de ser un lamento es una exclamación de júbilo y alegría.  Porque para los tiempos que corren ¿no son familia y trabajo una bendición de Dios? Así que, entonando un Bendito sea Dios retomamos el discurso donde lo dejamos. 

Castillo de Rothenfels. Cortesía de  www.all-free-photos.com.
El último capítulo de El sentido de la Iglesia (San Pablo, Buenos Aires, 2010) se titula Comunidad. Allí, se pregunta Guardini si es posible la comunidad perfecta. La cuestión surge porque en toda comunidad siempre existe el peligro de herir la libertad y la individualidad de sus miembros en favor de la unidad comunitaria, o al revés, en caer en la disgregación por favorecer los derechos y la dignidad de sus miembros. Guardini se pregunta, a la luz de una experiencia surgida en sus años con el movimiento juvenil Quickborn (algún día habrá que hablar de él aquí) en el castillo Rothenfels: "¿cómo puede darse la comunidad perfecta, un dar y un recibir, pero que a su vez permita que la persona pueda permanecer libre y fortalecida en sí misma?" (El sentido de la Iglesia, 80). Nuestro autor señala que desde un punto de vista natural, desde las posibilidades plenamente humanas esto es imposible. Pero a su vez señala lo siguiente: "Pero la Iglesia se destaca, ante nosotros, como el gran poder que posibilita la comunidad perfecta" (El sentido de la Iglesia, 80). A partir de este momento desarrolla una serie de argumentos, de los cuales voy seleccionar unos pocos a partir de algunas citas del texto. 

En primer lugar, en la Iglesia los fundamentos que sostienen a la comunidad y que la cohesionan son compartidos por todos sus miembros: Dios, Cristo, la gracia y el Espíritu Santo. Sus miembros actúan apoyados en Ellos. Así escribe: "Uno puede ayudar al otro, porque los fundamentos más profundos de la confianza, ya no necesitan ser demostrados, pues para ambos son algo dado por supuesto. El consuelo real es posible porque lo que consuela es reconocido. (...) Hay una comunidad de esfuerzos y combates, porque los fines últimos son los mismos. Existe la comunidad unida por el júbilo y el festejo, porque el fundamento de la alegría no necesita ser buscado con mucho esfuerzo, ya que está vivo en todos. Por eso, la alegría puede ser causa y contenido de la comunidad" (El sentido de la Iglesia, 81).

La unidad queda todavía más consolidada a través de la Eucaristía y la comunión. "En ésta el hombre se hace una sola cosa con Dios, quien, a su vez, está vuelto, personal y totalmente hacia él y se entrega a él. Este mismo Dios está unido no solamente a ese hombre, sino también a los demás. Cada individuo acoge a Dios en su propia persona, pero lo recibe también para los demás: para su cónyuge, hijos, padres, hermanos, amigos; es decir, para todos los que están unidos a él por el amor" (El sentido de la Iglesia, 82). En este contexto recuerda Guardini la dimensión comunitaria de la celebración eucarística, muy viva y presente en las primeras comunidades cristianas. Oficiaba el obispo con varios presbíteros, el pueblo llevaba los dones con los que luego se celebraba el sacramento simbolizando la participación y ofrenda de sí mismos con Cristo en el altar. "Todos participaban en el banquete sagrado, después que habían desterrado de sus corazones, con el saludo de la paz, lo que perturbaba a la comunidad. Cuando el pan era consagrado era partido, trozos de ese pan eran llevados a prisioneros y enfermos" (El sentido de la Iglesia, 83).

Habla nuestro autor también de la comunidad de responsabilidad y de destino de la que somos conscientes en parte por lo que nos revela el dogma del pecado original. Los hombres estamos tan unidos entre sí, que la fidelidad del primer hombre hubiera supuesto la fidelidad prolongada de los demás hombres. Pero esto no sucedió así. Y hoy participamos de la unidad del pecado original. El pecado original, nos dice Guardini, es incomprensible para quien piensa en el hombre de modo individual, pero sin embargo, nos revela la unidad de todo el género humano. "(...) si se comprende que cada yo está también en el tú; que cada uno convive en el otro; que su felicidad y aflicción descansa en al felicidad y aflicción de los otros, entonces se le hace envidente que, en el dogma del pecado original, la Iglesia encuentra efectivamente el fundamento de toda la comunidad" (El sentido de la Iglesia, 84). 

Apenas se ha esbozado aquí el contenido del capítulo que venimos comentando, pero esto no es más que una invitación a su lectura y meditación. Con esta entrada terminamos una primera reflexión sobre la eclesiología de Guardini, que espero proseguir a lo largo de este año.



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