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lunes, 13 de mayo de 2013

Educar en Romano Guardini (II). El carácter de la actividad educativa

Si la semana pasada reflexionamos sobre los elementos (algunos de ellos) que constituyen el fenómeno educativo hoy nos centraremos en tres consideraciones que aparecen bajo el epígrafe "El carácter de la actividad educativa" (Etica. Lecciones en la Universidad de Munich, BAC, Madrid, 2002, 693-697) y que a mi juicio son presupuestos que todo educador debe tener presente en su quehacer diario.

El primer presupuesto es la apertura del hombre al mundo. ¿Qué queremos significar con esto? Mientras el animal se relaciona de un modo unilateral con el mundo dada su especialización morfológica y la determinación instintiva, el hombre es apertura, es decir, tiene un cuerpo inespecializado que le permite adaptarse a cualquier ámbito vital y además posee pocos y débiles instintos. Así el hombre está referido al mundo como a un todo, el ser humano es apertura a la totalidad del cosmos. Esto significa que el hombre debe aprender a instalarse y generar su propio entorno, su propio mundo, a partir del cual realizar su existencia. Esta instalación no lo cierra a otros ámbitos: "un campesino puede dedicarse al trabajo del campo y de las comunidad, y sin embargo darse cuenta de que es un artista y comenzar a tallar, lo cual puede enriquecer su vida, e incluso traerle conflictos de naturaleza persona y profesional" (Etica. Lecciones en la Universidad de Munich, 693). La educación debe de tener presente este presupuesto. La persona humana no está cerrada ni determinada, todo lo contrario, lo que le caracteriza es la apertura a la totalidad. 
 "Esta libertad de movimientos confiere su carácter a todo el proceso educativo y le diferencia fundamentalmente de lo que hace el pájaro cuando enseña a sus retoños a volar y a buscar alimiento, o de lo que hace el zorro cuando les enseña a  atrapar a su presa, o a precaverse del peligro. El animal instruye a sus hijos en el entorno, y ello por la necesidad del mismo impulso que le lleva al apareo, a la construcción del nido, a la alimentación de sus hijos. (...) El ser humano, por el contrario, cuando educa, debe mantener la conciencia de que pone al joven ser humano en relación con el mundo" (Etica. Lecciones en la Universidad de Munich, 695).
El segundo presupuesto es que el ser humano padece un desorden constitutivo o lo que es lo mismo, no está en orden. Al afirmar esto queremos subrayar el hecho que a diferencia del animal, en el hombre actúan impulsos que le pueden llevar a actuar en contra de sí mismo, es decir, de modo inhumano. "En él existen posibilidades de comportamiento falso cuyo origen no está en que los órganos hayan sido dañados o los instintos se hayan vuelto inseguros, sino en que hay impulsos eficaces abiertamente inadecuados respecto a sus fines, e incluso dañinos" (Etica. Lecciones en la Universidad de Munich, 695-696). Todo ello es consecuencia de la libertad espiritual que caracteriza la vida humana. En contraposición al mundo animal donde todo se desarrolla de modo espontáneo y seguro por la existencia de los instintos, el hombre sin embargo debe aprender a serlo. Los seres humanos estamos llamados (como títulaba Millán Puelles, a una de sus obras)  a La libre afirmación de nuestro ser. En resumen: 
"El ser humano es una realidad compleja, de ahí que la educación nos sea únicamente el desarrollo de disposiciones, o la ordenación de un entorno, o la capacitación para el encuentro, sino sobre todo que el educador ayude al educando a distinguir por sí mismo el bien del mal, lo beneficioso y lo dañino, a ver las contradicciones internas y a encontrar un camino hacia adelante" (Etica. Lecciones en la Universidad de Munich, 696-697).
El tercer presupuesto es el siguiente: tanto el educando como el educador son personas. Volvamos a la comparación con el mundo animal para entender este aspecto. En las especies animales el individuo está ordenado a la existencia de la especie. Los individuos de especies en extinción que se conservan en algunos zoológicos son valiosos no por sí mismos, sino porque pertenecen a una especie. El hombre no, el ser humano es importante no por pertenecer a la especie homo sapiens, sino por ser él, es decir, por ser persona. Cada persona es única, es irrepetible y esa unicidad, ese carácter individual la hace irremplazable, insustituible. El educador tiene que tener conciencia del carácter personal, es decir, único e irrepetible de cada educando.
 "Un educador debe de tener este sentimiento. A pesar de todas las reglas de experiencia, a pesar de toas las finalidades y órdenes; debe volver siempre en su más íntima actitud a aquella conciencia que no se expresa en la frase «¡ese niño, uno más entre cincuenta!», sino en esta otra: «¡Tú, niño, único en tu relación conmigo!» Quien no hace eso es un criador de individuuos estatalmente utilizables, un amaestrador de fuerzas económicas experimentadas, pero no un educador de ser es humanos" (Etica. Lecciones en la Universidad de Munich, 698).

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