“El
problema central, en torno al cual va a girar la tarea cultural del futuro y
cuya solución dependerá todo, no solamente el bienestar o la miseria, sino la
vida o la muerte, es el problema del poder. No el de su aumento que se opera
por sí solo, sino el de su sujeción y recto uso.” (El ocaso de la Edad
Moderna, en Obras. Vol 1, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1981,102).
En el párrafo anterior encontramos una idea clave del pensamiento de Romano Guardini. Nuestro autor denuncia en sus escrito el incremento
exponencial del poder que
el hombre ha ido adquiriendo a partir de la Modernidad a través del desarrollo de la ciencia y de la técnica al mismo tiempo que señala la carencia de un ética
que lo norme y que lo guíe. La cuestión, como leíamos más arriba, no es su
incremento, el problema es de carácter ético, es decir, “su sujeción y recto
uso”.
En
esta entrada vamos a reflexionar sobre qué es el poder, su esencia, carácter,
propiedades y origen. En futuras entradas abordaremos la cuestión ética de su
recto uso.
Empecemos por preguntarnos ¿qué es el poder? Debemos distinguirlo de las energías naturales. Es cierto, que
el hombre primitivo y antiguo otorgó la categoría de poder a estas fuerzas, pero en sentido estricto la naturaleza en cuanto tal no tiene poder. Así pues, ni el
mar, ni el sol, ni los vientos huracanados, ni los terremotos o maremotos son
poderosos, como tampoco ninguna especie animal. Para que podamos hablar de
poder se deben concitar dos elementos: en primer lugar energías o fuerzas que
incidan en la realidad y sean capaces de transformar o cambiar estados de
cosas; en segundo lugar una inteligencia que sea capaz de activarlas, las dote
de fines y les otorgue una dirección. Guardini lo explica así:
“(...) sólo puede hablarse de poder en sentido verdadero cuando se dan estos dos elementos: de un lado, energías reales, que puedan cambiar la realidad de las cosas, determinar sus estados y sus recíprocas relaciones; y, de otro, una conciencia que esté dentro de tales energías, una voluntad que les dé unos fines, una facultad que ponga en movimiento las fuerzas en dirección a estos fines” (El poder. Una interpretación teológica, en Obras. Vol.1 Ediciones Cristiandad, Madrid 1981, 171).
El
primer elemento es común al mundo natural, el segundo es
específicamente humano, pues implica una inteligencia y con ella una libertad.
De ello se deriva una de las propiedades fundamentales del poder: su carácter
neutro. Ni es bueno, ni es malo, depende de la finalidad que le imponga la
inteligencia y la libertad que lo active y dirija. De su carácter intelectual
se deriva también otra propiedad: la imprevisibilidad. Para captar mejor este aspecto escuchemos a Guardini
“En el hombre, la energía –tanto la propia como la que toma de la naturaleza- entra en el ámbito de la libertad. Y la libertad, a pesar de todo lo que afirma el determinismo mecanicista, es precisamente libertad, lo que significa soberanía en la decisión. En la medida en que el hombre somete cada vez más a su señoría la Naturaleza, sitúa en el ámbito de la libertad esas energías, que en el ser inanimado están ligadas a las leyes racionales y en el animal discurren dentro de las ordenaciones de sus funciones vitales. Lo cual significa, a su vez, que el hombre somete las energías a un principio que no es calculable, de raíz. Pero más aún: a un principio en que influye todo aquello que se llama corazón humano –tomando esta palabra en el sentido grandioso que tiene en un San Agustín o un Pascal. Aquí, el mundo entero se somete a una instancia de la que es imposible decir cómo lo va a usar.” (Europa: realidad y tarea, en Obras. Vol 1, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1981, 22).
Nos queda por comentar el origen del poder que Romano
Guardini explica a partir de los primeros textos del Génesis Gn 2,
18-20; 21-24. De ellos dice lo siguiente:
“Estos textos, cuyo eco resuena a lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamento, nos dicen que al hombre se le dio poder tanto sobre la naturaleza como sobre su propia vida. Y manifiestan, además, que este poder constituye para él un derecho y una obligación: la de dominar. La semejanza natural del hombre con Dios consiste en este don del poder, en la capacidad de usarlo y en el dominio que brota de aquí. (...) El hombre no puede ser hombre y, además, ejercer o dejar de ejercer el poder; le es esencial el hacer uso de él. El Creador de su existencia le ha destinado a ello” (El poder. Una interpretación teológica, 182).
Así pues, el hombre está llamado al uso del poder, al dominio natural. Pero esta tarea no puede realizarse de autónomo, despótico o al margen de la ética. De cómo debe hacer uso del poder hablaremos la próxima semana.
(Las ideas expresadas en esta
entrada y las siguientes se encuentran expuestas de manera amplia y en Fayos Febrer, Rafael, “La
tarea de Europa y la crítica del poder”, en Actas
del VI Congreso Católicos y vida pública: Europa sé tu misma. 19, 20, 21 de
noviembre de 2004, Universidad San Pablo CEU, Madrid, 2005, 441 y siguientes).
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