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lunes, 14 de octubre de 2013

Romano Guardini: El servicio al prójimo en peligro

He rescatado de un rincón de mi biblioteca un pequeño folleto que contiene la traducción española de una conferencia impartida por Guardini en 1956. La versión en castellano proviene de ediciones Guadarrama y está publicada en 1960. El título es El servicio al prójimo en peligro. Me dispongo en las próximas entradas a comentarla pues creo que puede aportar algo a la cuestión de la caridad en la sociedad actual.


El punto de partida de las reflexiones de Guardini es del todo original: "Ahí hay una persona en apuro; por tanto, debo ayudarla" ¿es una máxima que surge de manera espontánea y universal de la naturaleza humana? ¿hay un profundo sentimiento de solidaridad entre los hombres? Muchos lo creen así, sin embargo nuestro autor no está convencido de ello. La sensibilidad originaria del hombre, sugiere Guardini, indica otra cosa.  Normalmente percibimos el apuro del otro como una amenaza a nuestro propio bienestar, como un requerimiento a una implicación personal, como una exigencia hacia el propio bolsillo.  Sólo debemos observar como reaccionan las personas cuando les solicitamos parte de su tiempo o una colaboración económica en favor de los demás. Una mirada a la sociedades primitivas nos descubrie que para el hombre antiguo, eminentemente animista, el enfermo o el débil era siempre considerado como una amenaza. La enfermedad era manifestación de la posesión de un espíritu maligno: “Ve en el apuro ajeno el dominio de poderes encolerizados o perversos, y su sensibilidad le dice: ¡Mantente lejos: podría envolverte a ti también.”(El servicio al prójimo en peligro, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1960, 10)

Existe una excepción. Cuando a aquel a quien afecta el apuro no es el prójimo, sino de alguna manera pertenece a uno mismo, es él mismo. Así los padres con los hijos, los esposos entre sí, los miembros de una comunidad entre ellos se prestan ayuda solidaria cuando se encuentran en un apuro. Pero aquí el otro, el prójimo no existe. En el fondo el otro es uno mismo. Así pues, el problema permanece. La máxima "Ahí hay una persona en apuro; por tanto, debo ayudarla" no parece ser un imperativo moral universal para todo hombre. Sin embargo, en el occidente cristiano esta frase sí parace tener un reconocimiento unánime. De ahi que Guardini vuelva pareguntarse: 
“¿Qué debe haber entonces para que esa frase sea reconocida como verdadera? La admonición interior que expresa debe ser percibida ante toda persona. Es decir, no sólo ante la persona estrechamente ligada a nosotros, sino también ante el desconocido; no sólo ante la persona simpática, sino también ante aquél que no logra serlo; no sólo ante la persona dotada y hermosa, sino también ante el mediocre, y aun el retrasado; no sólo ante el rico y cultivado, sino también ante el pobre y mísero.  Si esa frase ha de ser cierta, la admonición debe atravesar por en medio de toda distinción, y dirigirse a algo que determina al hombre como tal, sea como sea por lo demás. Y si, no obstante, han de notarse distinciones, entonces, que sea según este principio: «Cuanto más pobre y pequeño el hombre, más apremiante es la obligación de ayudarle.»” (El servicio al prójimo en peligro,11,12).

Que percibamos el imperativo moral de esta máxima en occidente de manera clara es fruto de la influencia del Evangelio.  La parábola del samaritano compasivo es muy significativa al respecto. Recordemos que viene precedida por la pregunta: “mi prójimo ¿quién es?”. Al elegir a un samaritano y un judío no solo se rompe con las fronteras de pueblo, raza, parentesco, ...etc.; además y sobre todo señala quién es el prójimo: 

“El prójimo es aquel que se te presenta en la situación dada. Y por lo que toca a esa situación  misma, su sentido está estrechamente ligado con el mensaje de Jesús sobre la Providencia: El Padre en el Cielo es el que te presenta a ese hombre en el camino de la vida, para que le ayudes.
Ahora alcanza su expresión evidente aquel imperativo incondicionado del que hablábamos. Caen las distinciones y permanece solo lo esencial: El hombre que necesita ayuda; el que puede ayudar; la situación en que aquél es presentado a éste, y en que se expresa la providencia de Aquél que guía el destino de cada hombre. Detrás de todo está el hecho de que los hombres no son ejemplares de una especie animal, sino personas, creadas por Dios en su llamada, y puestas por Él en la relación «tu-yo», que prolonga en la relación entre persona y persona. Pero esa llamada que percibe el que tiene buena disposición de corazón, «tu prójimo está en peligro; ayúdale, pues» constituye la expresión de esa relación. En ella habla Aquél que la ha fundado.»” (El servicio al prójimo en peligro,13).

Pero aquí no concluye el mensaje del Evangelio. En el capítulo XXV de San Mateo se dice lo siguiente: "Cuanto hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis". Con ello, indica que principalmente quien debe ser objeto de ayuda primordialmente es el más pequeño, el más necesitado, el más desamparado, pues en él está el mismo Jesús. Todo esto viene confirmado donde aparece el pasaje apenas citado que es el del juicio final. Cristo, pues, rompe con toda la confusión que podría caer sobre este tema. Rompe con los pequeños egoísmos y falsas prudencias y propone un mandamiento nuevo. Nuevo porque lo fue en su época y lo será siempre ya que el hombre siempre está inclinado a limitar su radio de ayuda y colaboración a favor del prójimo.   

Hasta aquí el resumen y comentario de la primera parte de esta conferencia. Lo que sigue a continuación lleva como título lo siguiente: La secularización del mensaje de Cristo. De ello hablaremos en la próxima entrada.



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