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lunes, 21 de octubre de 2013

Romano Guardini: la secularización de la caridad

Uno de los rasgos de la Edad Moderna es la desaparición de Dios del escenario cultural y social de Occidente. Con ello, desaparece también el fundamento religioso de la máxima "ahí hay una persona en apuro, por lo tanto, debo ayudarla" sobre el que nos detuvimos la semana pasada.  Guardini lo explica así: 
"Al comienzo de la época que llamamos Edad Moderna se dividen los espíritus. Amplios círculos llegan a tener la opinión de que se podría vivir también sin la fe cristiana. Por ejemplo, según modos de entender la vida aprendidos en el estudio de la Antigüedad pagana; según la experiencia inmediata en el trato humano; o según los resultados de las ciencias, poderosamente esforzadas. Más aún: esto no sólo era posible, sino que solamente así se desarrollaría una auténtica vida; y con ella también una ética auténtica de las relaciones interhumanas". (El servicio al prójimo en peligro, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1960, 15).
Las consecuencias de esta secularización en relación al tema que venimos tratando son varias. Desde un punto de vista ético se genera una nuevo fundamento de carácter racional sobre la dignidad y obligación de ayudar al necesitado. Todo ello desembocará en la idea de ciertos derechos universales de todo hombre y sus consecuencias en el ámbito político, económico y social. Así mismo, surgen organizaciones y entidades dedicadas a socorrer al hombre y parece que la ciencia y su avance también esté orientada a todo ello. Sin embargo, de repente y rompiendo con este movimiento surgió la barbarie nazi. De repente
 “No todo hombre, en cuanto tal, tiene derecho a la ayuda y mejora, sino sólo aquél que represente un valor para la nación y el Estado. Se establece la cruel medida del hombre digno de vivir y del indigno de vivir. Esta medida proclama que sólo tiene derecho a vivir quien puede mostrar tal valor. Pero el Estado está facultado para juzgar cómo ocurre esto en cada cual. Con ello se arroga el derecho de decidir si una persona enferma es todavía digna de vivir; si puede seguir viviendo o no. Se tiene la terrible valentía de matar a incontables personas a quienes se les niega ese derecho a la vida: enfermos y tarados mentales, incurables, incapaces para el trabajo, ancianos. Más aún, se llega a decidir sobre el derecho a la vida de pueblos enteros, declarando indignos de vivir a algunos de ellos  y aniquilándolos, con una frialdad de sentimientos y una exactitud de técnica que no tiene modelos previos en la Historia, ciertamente nada escasa de espantos. Pero todo ello en nombre del bienestar del pueblo, del provecho de la comunidad, del ascenso del hombre hacia una perfección corporal, espiritual y cultural cada vez más alta.”(El servicio al prójimo en peligro, p. 16).


De alguna manera la máxima «hay un hombre en apuro; ¡ayúdale, pues!» permaneció viva mientras recibió su fuerza y fundamento de Cristo. Cuando Dios desapareció también se transformó, de manera sutil, pero cada vez más radical el contenido de esa máxima de la manera y modo como nos ha  explicado Guardini en el párrafo anterior.

Según Guardini, la situación actual (hablamos de los años cincuenta pero es aplicable a nuestros días) es la siguiente: por un lado han nacido grandes organizaciones, especializadas en diversos tipos de ayuda, que aplican grandes recursos económicos y medios en socorrer a los pueblos y naciones más pobres y desamparados. Por otro lado se debilita la conciencia de la obligación de la ayuda de persona a persona, de tú a tú. Se hace así cada más fuerte el sentimiento de que es el Estado (o cualquier tipo de entidad social, hospitales, organizaciones)  quien debe ayudar. Hemos llegado a una situación donde la libertad y el compromiso personal han desaparecido para dar lugar a la burocracia administrativa. No es extraño que “(...) que el arte de buscar y explotar las diversas posibilidades de ayuda del Estado puede desarrollarse hasta hacerse un parte constitutiva de la técnica de la vida. “(El servicio al prójimo en peligro, p. 19).

Guardini denuncia todo esto y reclama de nuevo una atención del prójimo de persona a persona. La  ayuda no puede descansar en el Estado. En el acto de ayudar debe estar presente la persona, su conciencia, su libertad y sobre todo su corazón. “La ayuda no puede fundarse del mismo modo que una regulación económica. Lo que en ella acontece, ese esfuerzo interminablemente variado, dirigido a personas vivas, y conformándose a situaciones siempre nuevas, no puede tener lugar meramente por utilidad ni prescripción, ni tampoco meramente por razón y obligación: lo mismo que tampoco se puede exigir sólo por derecho y pago. Algo diverso debe actuar ahí: una llamada a la libertad, una apertura al corazón.” (El servicio al prójimo en peligro, p. 19)

Quizás frente a esta situación que acabamos de describir pueden presentarse algunas objeciones. De ellas y de la conclusión de esta conferencia trataremos en nuestra próxima entrada. 






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